Existe una opinión mayoritaria respecto del éxito de la política comercial chilena, reflejada en los 22 acuerdos con 60 países, así como en la activa participación en los foros multilaterales como la OMC, la APEC y recientemente la OCDE. Evidencia más explícita es el aumento desde US$ 9.324 exportados en 1993 a US$ 76.201 millones en 2013, también reflejado en el paso de 3.622 productos exportados en 1993 a 4.772 en 2013. La primera impresión que queda es que está todo hecho y que sólo queda administrar lo existente. Sin embargo, de un análisis más detallado se detectan una serie de áreas donde es necesario avanzar.
La variedad de acuerdos comerciales que existen actualmente está lejos de la dinámica global a la que la teoría económica y la OMC aspiran, ya que hoy se tienen 22 mercados segmentados artificialmente a través de las reglas de origen. Dicho esto, parece necesario evolucionar hacia la integración de estos acuerdos, lo que simplificará la variedad de normas con las que se cuenta y la carga administrativa. Sobre los nuevos acuerdos, se debe entrar en una etapa de mayor selectividad. Éstos deben pasar una prueba de rentabilidad económica, la que cumplirían Rusia, Sudáfrica y Medio Oriente.
Por otra parte, existe la necesidad de insertar a Chile en las cadenas de valor mundial. Hoy las economías exitosas manufacturan a través de procesos productivos articulados con otros países. No hay que aspirar sólo a la exportación de bienes de consumo, sino también de partes y piezas, así como terminar en Chile productos elaborados en otros países.
Si se aspira a una economía basada en el conocimiento, se deben desplegar esfuerzos dirigidos al fomento de la exportación de servicios y a la atracción de inversiones en forma selectiva, superando la discusión teórica/ideológica respecto de la imparcialidad del Estado en el desarrollo de la economía.
Hoy los mayores montos exportados se concentran en las grandes y medianas empresas (96,4%). Las pequeñas empresas están incorporadas en el proceso exportador mayoritariamente en forma indirecta, por lo cual se hace necesario actuar deliberadamente para incorporar a estas empresas que son responsables de la generación de la mayor parte del empleo nacional, a través de programas coordinados entre el Ministerio de Economía, Corfo y ProChile.
Por último, es necesario replantearse los intereses y objetivos de negociación chilenos a la luz del comienzo de un nuevo ciclo comercial. Con este objetivo el gobierno deberá desarrollar una plantilla centrada en los requerimientos del comercio actual por sobre los temas tradicionales. El resultado perseguido es una posición negociadora renovada y ofensiva en temas como propiedad intelectual, inversiones, servicios, asuntos sanitarios y medio ambiente, entre otros.
Con una mirada de futuro, se debe incorporar el componente geopolítico en la política comercial, evitando trabajar en vías paralelas. Ejemplos de los efectos de la importancia de este componente son las consecuencias que pueda generar con China la negociación del TPP o los efectos indirectos que pueda tener la Alianza Pacífico con los países del Mercosur, en especial con Brasil.
Si bien la liberalización comercial, en una primera etapa, pudo haber servido para darle dinámica a la economía chilena, hoy en día es fundamental materializar el paso siguiente: desarrollar las áreas rezagadas descritas anteriormente con políticas deliberadas y selectivas, lo cual será el principal desafío de quienes dirijan la política comercial en el próximo gobierno.