Cómo cambiar la percepción sobre el envejecimiento en el ámbito laboral
Pilita Clark
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Pilita Clark
Después de la muerte de Martin Amis, los periódicos se llenaron de recordatorios de los pensamientos más memorables del célebre escritor.
En 2021, le dijo a The Guardian que le había resultado difícil terminar las cosas durante la pandemia, pero dudaba que esto se debiera a Covid. “Es solamente la edad”, dijo. “En los viejos tiempos la prosa llegaba más rápido. Ahora es una batalla”.
“No hay evidencia consistente de que los trabajadores mayores sean menos productivos que sus contrapartes más jóvenes”.
Amis tenía 71 años en ese momento, pero la cantidad de personas que me mencionaron esta cita la semana pasada sugiere que sus palabras resonaron mucho más allá de su propia generación.
Y así es. En una era de discriminación por edad desenfrenada, Amis estaba admitiendo lo inadmisible: cuando envejecemos, no siempre somos tan buenos en nuestros trabajos como solíamos ser. Éste es un pensamiento deprimente en muchos niveles, sobre todo porque no es del todo cierto. Nos deterioramos con la edad, pero no siempre de la manera que se imagina.
De hecho, nos equivocamos en muchas cosas cuando se trata del envejecimiento y el trabajo, lo cual es extraño, considerando que ahora hay más personas mayores que niños pequeños en el planeta por primera vez en la historia registrada.
Para empezar, asumimos que las personas mayores son más débiles de lo que son.
Las partes del cerebro que se ocupan de cosas como la “memoria de trabajo” pueden degradarse en la mediana edad, pero el deterioro cognitivo general relacionado con la edad no suele ser pronunciado hasta que se llega al menos a los 70 años, y sólo el 5% de las personas mayores de 65 años muestran signos de deterioro cognitivo.
Esas cifras provienen de una investigación compilada en un informe previo a la pandemia para la Asociación Médica Británica que se realizó para ayudar a los médicos a abordar una fuerza laboral del Reino Unido con más personas mayores de 50 años que nunca.
Mostró que la fuerza auditiva, visual y muscular de los trabajadores mayores puede no ser lo que eran. Pero para la mayoría de las personas de sesenta años, cualquier deterioro en la capacidad mental y la agilidad mental es “leve”, y los efectos se compensan con la experiencia y las habilidades establecidas. De hecho, la capacidad para procesar problemas complejos y algunos tipos de habilidades lingüísticas pueden mejorar.
Tampoco hay evidencia consistente de que los trabajadores mayores sean menos productivos que los más jóvenes. Más bien, el informe decía: “El hallazgo principal es que las personas mayores sanas se desempeñan igual de bien que sus contrapartes más jóvenes”.
En otras palabras, muchas suposiciones sobre los trabajadores mayores están fuera de lugar.
Hay otro malentendido sobre la edad y el trabajo que es alimentado por algunos de los propios trabajadores mayores, incluyendo muchos de los que pueden estar leyendo este artículo. Me refiero aquí a individuos exitosos que han disfrutado de años de logros profesionales y ahora están consternados al descubrir que su carrera se está estancando o que no les ha brindado la satisfacción que esperaban.
Como dirían muchos de estos mismos trabajadores, ellos no merecen nuestra simpatía. Lo han hecho mucho mejor que otros. Pero son emblemáticos de un dilema más amplio: el declive profesional llega antes de lo esperado y, por lo tanto, requiere una gestión más cuidadosa para más trabajadores de lo que generalmente se supone.
Ésta no es una aflicción corporativa moderna. Durante mucho tiempo ha alimentado parte de nuestra mejor literatura. Como dijo el director de teatro británico, Nicholas Hytner, acerca de Henrik Ibsen no hace mucho, muchas de las últimas obras del gran dramaturgo noruego tratan sobre una sensación de “un hombre de alto rendimiento que mira hacia atrás en su vida y, a pesar de la profundidad de sus logros, sienten en algún nivel profundo que no ha alcanzado su potencial”.
Sin embargo, el dilema persiste. No es casualidad que uno de los libros más vendidos de no ficción en EEUU el año pasado fue “From Strength to Strength” (De fuerza a fuerza), un libro sobre cómo lidiar con el declive profesional, de Arthur Brooks, de Harvard. Está lleno de datos sobre qué tan pronto la gente va cuesta abajo en una variedad de campos. Los asesores de inversiones alcanzan su punto máximo entre los 36 y los 40 años y los químicos a los 46. Para los escritores, es un rango más alentador entre los 40 y los 55 años, que es similar al de los trabajadores que clasifican el correo.
Brooks cree que la respuesta radica en reconocer lo inevitable y cambiar a un trabajo que dependa menos de la “inteligencia fluida”, o inteligencia pura, y más de la “inteligencia cristalizada”, o sabiduría, adquirida más adelante en la vida.
Sin duda tiene razón. Y como con tantas otras cosas sobre el envejecimiento y el trabajo, lo primero que debemos hacer es descubrir la diferencia entre la percepción y la realidad.