Coletazos de una entrevista
Bárbara Fuentes Escuela de Comunicaciones y Periodismo, UAI
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Bárbara Fuentes
En 1997, Osama Bin Laden ya era el terrorista más buscado por Estados Unidos, pero solo gracias a una entrevista que le concedió a Peter Arnett de la cadena CNN, los norteamericanos lo vieron por primera vez en sus pantallas de televisión. Luego vinieron otras, los atentados del 11-S y su muerte en un operativo en Pakistán. Pero su nombre sigue en la mente de una generación completa, tanto que hace un par de años, The Guardian entrevistó a su madre, quien dijo que “era un buen niño”. En el 2010, Julio Scherer, el reconocido periodista mexicano, entrevistó en la clandestinidad a uno de los capos del cartel de Sinaloa, alias el Mayo Zambada. En la portada del semanario Proceso, de la que Scherer era su fundador y director, aparecieron periodista y narco abrazados. Scherer ya murió y alias el Mayo continúa prófugo. En el 2016, el actor Sean Penn, entrevistó al Chapo Guzmán, narco buscadísimo por las autoridades mexicanas. La historia fue publicada por la revista Rolling Stone; Sean Penn, criticado por su condescendencia y, un año después, el Chapo fue detenido, extraditado a Estados Unidos y sentenciado a cadena perpetua.
La lista podría ser más extensa. En Chile están los casos de Michael Townley y el Mamo Contreras. Mauricio Hernández Norambuena, quien acaba de reaparecer en un canal de televisión, ya había sido entrevistado el 2010 por los periodistas Luis Narváez y Pedro Azócar mientras cumplía una condena de 30 años en la Penitenciaría Federal de Catanduvas, Brasil, por el secuestro de un empresario. La conversación se emitió en un programa especial de CHV. Luego de ella, el ministro en visita Mario Carroza reordenó la reapertura del caso sobre el asesinato del senador Guzmán, porque, entre otras confesiones, Hernández Norambuena decía que en una reunión ampliada del Frente “se escribieron algunos nombres y apareció el nombre de Guzmán”.
Estos son ejemplos que vienen al caso hoy, en un país revuelto, polarizado y ensordecido por minorías ruidosas, para recordar que para el periodismo profesional no hay personas que no deban ser entrevistadas ni aparecer en los medios. Salvo, claro, en el caso de niños, niñas y adolescentes, ampliamente protegidos por la legislación.
Se puede debatir si una entrevista estuvo bien lograda, si es pertinente, si hay alguna justificación para realizarla, si el personaje usó al periodista para mandar un mensaje, si pasó algo relevante gracias a la agudeza del entrevistador, si gendarmería cometió un error. También en los medios se discute si el golpe (esa palabra que tanto nos importa a los periodistas y tan poco a las audiencias) tuvo o no el impacto esperado más allá del autobombo. Especialmente en la antesala de la discusión de una nueva Constitución, lo que no corresponde es poner en jaque el derecho a la información, que incluye la libertad de comunicar, de recibir información y también de investigar.
Pero nada de esto está en la conversación de hoy. Más que la entrevista en sí misma, se ataca al programa que presenta a un asesino y secuestrador confeso y se cuestiona la investigación judicial de un crimen cometido en democracia, lo que da cuenta de un país empobrecido en su capacidad de diálogo y en donde el debate se da sin matices.