Cambiando la conversación sobre transición energética
Miguel Schloss Exdirector de Planificación Corporativa del Banco Mundial
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Miguel Schloss
El Acuerdo de Paris sobre el cambio climático apunta a limitar el calentamiento global a no más de 1,5 °C de los niveles pre-industriales y una economía descarbonizada para mediados de siglo. Ello implica una profunda transformación en las prácticas de producción y transporte, inversiones en energía renovable y otras acciones nunca vistas a la fecha.
Forzar metas ambiciosas y lejanas, o desincentivar ciertas tecnologías mediante regulaciones arbitrarias no generará progresos. Una vía más prometedora es alineando intereses con precios e impuestos que reflejen adecuadamente los costos ambientales, facilitando inversiones que respondan a necesidades de consumidores, y limitando coordinaciones complicadas.
“La obsesión de restringir los hidrocarburos y la inversión insuficiente en energía convencional han dañado una transición que responda a la mayor demanda energética”.
La falta de previsión, la baja seguridad energética y la consecuente crisis energética gatillada en parte por el conflicto en Ucrania, impulsaron a las 51 mayores economías a duplicar el apoyo a los combustibles fósiles a casi US$ 700 mil millones en 2021, y subsidios aún mayores este año., minando la eliminación de subsidios ineficientes a combustibles fósiles orientados a mitigar los impactos a consumidores. Igualmente, el aumento de procesos de control, con competencias cruzadas, donde se mezclan instancias técnicas y otras de conformación política, ha generado costosas demoras, al punto de que los proyectos suelen tardar más en trámites de aprobación que en su construcción.
Nuestra institucionalidad ambiental tiene una consecuente ineficiencia, además de espacios de arbitrariedad. Cualquier rediseño institucional debiera reducir esos espacios y ofrecer mayores niveles de certeza, y un mayor enfoque a la seguridad energética, la asequibilidad y la sostenibilidad. Con ello, decisiones medioambientales se vincularían más integradamente a demandas de consumidores finales.
Igualmente, se deberá enfrentar simultáneamente las crecientes demandas de energía de una población en desarrollo. La mayor parte del crecimiento e inversiones tomará lugar en economías emergentes. Ello facilitará la introducción de tecnologías más avanzadas en nuevas plantas, que suele ser menos engorroso que la conversión de las ya existentes en países desarrollados, mejorando el impacto en la matriz energética mundial.
La obsesión de restringir los hidrocarburos y consecuente inversión insuficiente en energía convencional (para superar limitaciones inherentes de energías renovables, cuya dependencia de factores climáticos requiere respaldo de fuentes tradicionales), ha dañado la transición que responda a la mayor demanda energética. Descarbonizar el sector energético y, a la vez, satisfacer la demanda de energía en rápida expansión, particularmente en economías emergentes, es quizás el desafío más importante para el desarrollo mundial.
El camino no debe limitarse a una carrera hacia energías renovables, sino la reducción de emisiones de carbono con una variedad de tecnologías, el despliegue generalizado de captura, uso y almacenamiento de carbono, y la alineación de intereses con políticas de precios e institucionalidad que facilite la inversión.