Tensión en Medio Oriente
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Más allá de la incertidumbre económica y geopolítica que evidentemente está produciendo la agitación social que desde hace semanas sacude a numerosas naciones del Medio Oriente, en esa región se está verificando un proceso que tendrá profundos alcances históricos del cual el mundo occidental no puede ni debe desentenderse. Tras décadas de un silencio que algunos califican, incluso, de culposo, hoy en pleno siglo XXI los líderes de Occidente observan atónitos cómo un reguero de sociedades del norte de Africa y de Medio Oriente han estallado en contra de modelos políticos poco democráticos y/o reñidos con las libertad individuales.
Sorpresa y alarma es el estado de ánimo que se palpa en la escena internacional, reacciones entendibles y que claramente están relacionadas con los efectos más inmediatos de las extendidas ramificaciones que ha alcanzado este proceso de agitación social y de confrontación en una estratégica región del planeta. Los efectos sobre la disponibilidad de insumos productivos clave como el petróleo o las secuelas que los cambios de gobierno podrían tener en las relaciones internacionales de la región ocupan la atención y agenda de las cancillerías y entes multilaterales, y con razón. Es de esperar que dichas aprensiones comiencen a dar paso a cada vez más, y más elocuentes, expresiones de bienvenida al profundo significado que tiene este proceso político y social que viven varias naciones de Medio Oriente.
Que administraciones de gobierno autocráticas que han administrado a su amaño el poder por décadas y que monarquías -sí, monarquías- que como se ha visto no gozan de gran apoyo popular, puedan dar paso, si el proceso llega a buen puerto, a regímenes democráticos donde la libertad y los derechos individuales son respetados, no puede sino ser bienvenido. Es cierto que en momentos en que los acontecimientos están en pleno desarrollo y su resultado aún es incierto, cuesta expresar satisfacción o celebrar, pero la responsabilidad de quienes defienden y promueven la democracia y la libertad en el mundo es ser explícitos en la defensa de estos valores. No puede haber margen de duda ni sospechas respecto de aquello.
A la larga, tanto por los derechos de estos millones de habitantes, como por el devenir del mundo en el largo plazo, que la democracia, el mercado y las libertades individuales se extiendan en el mundo van en la dirección de forjar un mundo más estable y justo, en donde los riesgos deberían tender a atenuarse o, al menos, no estar sometidos al capricho de gobernantes sin legitimidad interna e internacional.