En las últimas semanas la prensa internacional ha consignado visiones del país que distan de las que solían publicarse hace algunos meses o años. Imágenes que mencionan a Chile como la epítome de la nueva mediocridad económica, o que aseguran que para la actual administración de gobierno la libertad es un problema, o aquellas que aluden a una atmósfera política "venenosa" en Santiago, no representan alusiones de las cuales enorgullecerse y, más bien, debieran ser una nota de alerta respecto de lo que estamos proyectando al exterior.
Si bien los casos consignados son sólo ejemplos que no permiten marcar una tendencia clara, sumados a lo que ha ocurrido con las posiciones relativas del país en varios rankings internacionales y las alusiones que a ello hacen nuestros competidores en la atracción de inversiones en la región, sí dan para que el tema no sea menos preciado, sino que más bien seriamente considerado dentro de las prioridades de nuestras autoridades y líderes políticos, así como por los máximos exponentes del sector privado.
Lo que sea que explique el fenómeno (fallas en la comunicación del verdadero estado de cosas en el país, falta de reformas que asienten las confianzas y mejoren la competitividad, entre otras), deben formar parte de un diagnóstico que no debe quedarse ahí, y que debería dar paso a acciones proactivas que consoliden los atributos que aún ven en el país aquellos inversionistas que en el último tiempo han anunciado importantes apuestas en las áreas energía y previsión, entre otros. Señales como la de ayer de ayudar a destrabar inversiones van en la dirección correcta, pero podrían ser insuficientes.