El país se pudo sentir orgulloso el pasado 17 de diciembre, luego de unas elecciones presidenciales muy pacíficas, con una mayor participación a la esperada, con resultados claros y conocidos en un tiempo muy breve, y con ambos candidatos dando completamente por cerrado el clima de mayor beligerancia de los días previos. Ese día y los siguientes se han visto señales muy claras de una democracia sólida, y, sobre todo, de una recuperación de la amistad cívica, que se había deteriorado en los últimos cuatro años.
No se trata de desconocer que existen visiones distintas, y a veces contrapuestas, sobre los caminos que deben tomarse en diversas materias. Es evidente que las diferencias existen y seguirán existiendo hacia adelante. Sin embargo, la excelente disposición del gobierno saliente para reunirse más que protocolarmente con el presidente electo, entrega señales muy positivas sobre la importancia de resolver las diferencias en un marco de conversación y búsqueda de acuerdos.
Sin duda el país tiene grandes desafíos por delante. Eliminar la pobreza y lograr mayor equidad son objetivos que van más allá de lo económico, son imperativos éticos, pero en los cuales sólo es posible avanzar mediante la búsqueda de acuerdos lo más amplios posibles y con políticas públicas técnicamente calificadas.
Este parece ser el camino que tomaría el nuevo gobierno, y esa sola percepción ya permite detectar un cambio muy positivo en las expectativas. No es un camino fácil y menos con un éxito asegurado, pero es un cambio de rumbo positivo respecto a la estrategia más confrontacional que adoptó desde sus inicios el gobierno saliente.