Los antecedentes conocidos esta semana en cuanto a que por cerca de una década se habría verificado un nuevo episodio de colusión entre empresas, en este caso en el mercado de los pañales, ha reabierto una herida que no había terminado de cicatrizar que produjo serio menoscabo a la percepción del rol que le cabe a la empresa en la sociedad. Asimismo, la forma en que estas informaciones trascendieron han desatado un intenso debate sobre la manera en que las instituciones y partes involucradas en estos casos los han estado gestionando.
Sin entrar en este último punto y centando la atención en el primero, el futuro presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio puso de relieve una cuestión que con urgencia deben aquilatar quienes lideran empresas en el país y todos quienes sienten que los errores y delitos de unos pocos pueden terminar amagando a la mayoría de agentes privados que juegan dentro de las leyes del mercado. El mensaje de Alfredo Moreno fue simple y elocuente. Dijo que “las empresas, para poder ser útiles a los consumidores y para ser perdurables en el tiempo, tienen que tener una justificación social y esa es la libre competencia”.
En efecto, una gestión cortoplacista, que no ve valor en forjar una relación de confianza de bases sólidas con los consumidores y demás stakeholders, y que pasa a llevar la dinámica virtuosa de la competencia libre, produce un daño que va más allá del que involucra a su negocio y clientes. Produce un daño al concepto mismo de empresa y su insustituible función social, como organizaciones humanas que trabajan colaborativamente para generar riqueza y bienestar compartido.