Editorial

Guerra de palabras, guerra de divisas

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oficialmente, las autoridades de EEUU siempre han declarado su preferencia por un dólar fuerte, como reflejo de la solidez de su economía y del liderazgo de la nación a nivel mundial. Pero no es un misterio que, en privado, muchas veces se alegran por la debilidad de la moneda, porque aumenta la competitividad de sus exportaciones y favorece a sus empresas, que obtienen gran parte de sus ingresos del extranjero.

Pero una cosa es pensarlo y otra decirlo. Y eso fue lo que hizo el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, quien declaró que la caída del dólar es buena para la economía. Sus palabras actuaron como una intervención verbal en los mercados, profundizando el declive de la divisa, y desatando una ácida polémica mundial. Al final de su reunión de política monetaria, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, lo criticó con una claridad poco acostumbrada y lo acusó de violar un compromiso adquirido por todos los países socios del FMI. El propio organismo hizo un llamado a permitir que el valor de la moneda sea fijado por el mercado en base a los fundamentales de la economía.

El episodio desató además una ola de alertas sobre el riesgo de una guerra de devaluaciones competitivas que podría complicar las buenas perspectivas de crecimiento mundial.

Las palabras de Mnuchin, sin embargo, no deberían sorprender, porque son un fiel reflejo del gobierno de Donald Trump, quien ganó las elecciones con un discurso proteccionista y prometiendo poner los intereses de sus ciudadanos por sobre el antiguo papel de liderazgo de EEUU en el orden global. El problema es que si otros países deciden seguir el mismo camino, las cosas podrían terminar muy mal para una gran parte de la economía global.

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