Financiamiento internacional contra el cambio climático
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En el combate al cambio climático, los países en desarrollo enfrentan “una serie de limitaciones, y una de las más importantes para abordar esta situación es la falta de financiamiento”, dijo en una reciente conferencia la vicepresidenta del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), de Naciones Unidas.
Tal vez el logro más significativo de la conferencia climática mundial COP27, del año pasado, fue que se acordara un fondo de Pérdidas y Daños para los países más golpeados por los efectos del calentamiento global. Este nuevo compromiso del mundo industrializado (donde se produce la mayor proporción de gases de infecto invernadero, GEI) para aliviar en alguna medida el costo del cambio climático en el mundo en desarrollo (menos preparado para enfrentar sus efectos y sin haber sido su causa), fue conseguido con mucho esfuerzo, pero lo cierto es que la ayuda económica concreta no ha estado cerca de lo ofrecido, mucho menos de la magnitud del problema.
Relegar este desafío más atrás en la lista de prioridades de la agenda global parece una receta para no superarlo.
Desde luego que no sólo de eso depende una defensa efectiva contra el riesgo climático -y ciertamente las naciones en desarrollo también tienen responsabilidades de las que rendir cuenta en esta materia-, pero es claro que sin esa ayuda económica se vuelve muy difícil alcanzar el objetivo de reducir la mitad de las emisiones mundiales de GEI hacia 2030, para no elevar la temperatura global en 1,5°C, con consecuencias probablemente catastróficas.
Más allá de un argumento de justicia (que existe) sobre la necesidad de esta asistencia financiera, el crudo pragmatismo parece imponerla; previendo, por supuesto, mecanismos adecuados para asegurar que los recursos se destinan al fin propuesto, y no a otros.
Tanto los esfuerzos de mitigación (reducir el impacto del cambio climático) como de adaptación (hacer los cambios necesarios para vivir con él) requieren cuantiosas inversiones a nivel mundial, un costo que inevitablemente seguirá creciendo. Relegar este desafío más atrás en la lista de prioridades parece una receta para no superarlo.