La incertidumbre está de regreso en los mercados y autoridades globales debido a las demoras para encontrar una solución al caso de Chipre.
La crisis en la pequeña isla del Mediterráneo, que fue admitida en la eurozona en 2008, pone de relieve la falta de una regulación adecuada que sostuviera la expansión del bloque. Tal como ocurrió con Grecia, que había adulterado las cifras de sus cuentas fiscales, Chipre fue admitido sin que nadie reparara en los riesgos de un sistema financiero excesivamente grande, equivalente a 800% de su PIB.
Esta especie de “gigantismo” que sufren los bancos chipriotas fue alimentado básicamente por una inundación de capitales que llegó al país aprovechando el auge del euro y la laxa regulación en materia de lavado de dinero.
En este sentido, el Parlamento Europeo dio ayer un paso clave que permitirá al Banco Central Europeo convertirse en el máximo supervisor de la banca regional.
Esto no sólo ayudará a destrabar el proyecto para que la autoridad monetaria de la región pueda inyectar dinero directamente a los bancos en problemas. También podría evitar que estos errores vuelvan a cometerse en el futuro.