Entre los múltiples efectos del sistema de inscripción automática y voto voluntario, adoptado democráticamente por nuestro país, puede citarse el que torna el escenario electoral en uno más volátil. Junto con ello, lo hace más dependiente del tipo de elección de que se trate, de lo competitiva de ésta y de las propuestas programáticas de cada candidato.
Algunos ven en estas particularidades diversos riesgos, por lo que han comenzado a plantear que debiéramos transitar hacia un sistema de voto obligatorio. Sin embargo, una mirada más cuidadosa nos lleva a concluir precisamente lo contrario. Bajo el esquema de voto voluntario, son los partidos los que deben generar los incentivos e idear nuevas fórmulas para atraer a los votantes, primeramente, a las urnas y, acto seguido, a votar por sus candidatos.
Esta situación y el nuevo rol que le cabe a la clase política con el voto voluntario se erigen entonces como una oportunidad para que ésta invierta en encantar al electorado, lo que se traduce en acercar la política a la ciudadanía y hacer del proceso uno más competitivo, cuestiones que solo contribuyen a enriquecer nuestra democracia.
Votar es un derecho y ejercerlo un privilegio que demuestra las preferencias del electorado ante la oferta política disponible. No ejercerlo también nos habla de la visión del electorado, que decide abstenerse en una elección determinada, de las propuestas que en ella se están planteando a la ciudadanía y de cuan atractivos resultan los proyectos políticos en carpeta. No hay duda que el sistema de voto voluntario es uno que impone desafíos, pero se trata de desafíos que debieran ser bienvenidos y abordados, mas no ahuyentados.