A medida que se enciende el ciclo electoral y las candidaturas comienzan a mostrar más cartas, el tema de los impuestos se ha reinstalado con fuerza en el debate.
En efecto, en los últimos días la candidata de la oposición Michelle Bachelet ha pasado a la ofensiva en este tema no sólo dando a conocer el equipo de trabajo que elaborará sus propuestas, sino que además confiriendo urgencia al tema, ya que a su juicio hace falta una reforma en serio que se haga cargo de imperativos éticos a través de impuestos que tengan un impacto redistributivo. La precandidata ha dicho a este respecto que hay necesidad de recursos para financiar la reforma educativa que ha esbozado y que “es necesario que veamos cómo se distribuirá la carga impositiva” para enfrentar la desigualdad.
Sus planteamientos motivaron la inmediata réplica de expertos afines a las candidaturas de la Alianza y parlamentarios de centroderecha, quienes no sólo argumentan que el país ha vivido varias modificaciones tributarias en el último tiempo (producto de las necesidades de financiamiento para la reconstrucción y la agenda educacional), sino que advierten que estas eventuales modificaciones impactarán el crecimiento.
Lo cierto es que la expectativa de una reforma tributaria “en serio” es en sí un antecedente que afecta el proceso de toma de decisiones de inversión de los agentes económicos, al generar incertidumbre respecto de su alcance. A ello se suma que una estructura tributaria con fuerte énfasis “Robin Hood”, como han dicho algunos economistas, podría ser menos eficaz que otra que privilegie la eficiencia recaudadora con el propósito de lograr más recursos para atacar los problemas sociales.