El Banco Central dio a conocer hace unos días cifras detalladas de actividad económica del año 2011 por regiones, datos que confirman que las zonas extremas del país, independiente de si crecieron o retrocedieron en el período, reportaron aportes nulos al PIB nacional, que ese año se expandió a una tasa del 6%. El hecho, más que ser representativo de un desempeño particular en materia de actividad, es una evidencia más de la desequilibrada distribución geográfica de la producción nacional. Es así como el año pasado las regiones de Magallanes, de Aysén y Arica y Parinacota hicieron un aporte individual de 0% al PIB del año, mientras que Tarapacá y Antofagasta realizaron una contribución negativa, con estadísticas de -0,2% y -0,7%, respectivamente.
A comienzos de año y en el marco del conflicto de Aysén, el gobierno manifestó que entre sus prioridades legislativas se incluiría una agenda regionalizadora, lo que pasaría por dar urgencia a una serie de proyectos emblemáticos, como el de zonas extremas, que permitiría un aumento significativo de los recursos a dichas regiones. Si bien dicha agenda tiene una componente política importante en la medida que considera dar más participación a los ciudadanos de regiones, lo cierto es que el Ejecutivo debe contemplar una agenda amplia que favorezca que las fuerzas productivas se desarrollen más vigorosa y homogéneamente en el país. Como lo señalara el presidente el 21 de mayo, el centralismo es un mal que ahoga a la Región Metropolitana y asfixia a las regiones, razón de suyo poderosa como para que el esfuerzo ya realizado a través de los fondos de desarrollo regional se multiplique en forma decidida.