Estados Unidos y la Unión Europea (UE) iniciarán en junio próximo un proceso de negociación que a mediano plazo, en 2014, se espera cristalice en un tratado de libre comercio entre ambas economías que hoy representan sobre el 40% del PIB mundial. El anuncio fue celebrado a ambos lados del Atlántico, estimándose que contribuirá no sólo a fortalecer los vínculos comerciales entre ambas regiones, sino que, muy especialmente, ayudará a incrementar sus niveles de actividad económica, con un impacto a largo plazo del orden de medio punto porcentual de PIB.
Expertos han indicado que más que una negociación de aranceles, lo que se avecina es una revisión de las barreras comerciales no tarifarias y de regulaciones que entraban el libre flujo de bienes y servicios. Se trata de una trama de regulaciones y barreras que, en palabras del comisionado de Comercio de la UE, “cuestan tiempo y dinero”.
Sin duda que de prosperar este acuerdo tendrá alcances en todo el orbe. No sólo porque ayudará a restablecer el protagonismo comercial de occidente frente a China, sino porque se marcará una senda que difícilmente se podrá eludir por parte de las distintas economías.
En el caso de América Latina, el desafío será profundizar su integración comercial, en donde salvo la potente Alianza del Pacífico, lo que impera es una relativa inercia y, en algunos casos, hasta evidente proteccionismo. Chile, que se vería favorecido con este acuerdo a consecuencia del mayor dinamismo económico que se produciría en estos aliados comerciales, está en una posición de avanzada por su histórico protagonismo en materia de apertura comercial.