Cuando gran parte de la economía mundial parece atrapada en un largo y doloroso bajón inducido por la austeridad, ya es hora de reconocer que la trampa ha sido enteramente creación nuestra. La hemos construido a partir de hábitos mentales desafortunados sobre cómo afrontar una deuda pública en aumento vertiginoso.
Las personas adquirieron dichos hábitos a partir de las experiencias de sus familias y amigos: cuando tenemos problemas de deuda, debemos reducir los gastos y pasar por un período de austeridad hasta que se reduzca la carga (la deuda en relación con los ingresos), lo que significa no salir a comer fuera durante un tiempo, no comprar nuevos coches ni nueva ropa. Reaccionar así parece cosa de sentido común e incluso una virtud moral.
Pero, si bien esa actitud para con la deuda da buen resultado en el caso de una familia con problemas, no ocurre así en el caso de toda una economía, pues la reducción del gasto no hace sino empeorar el problema. Ésa es la paradoja de la frugalidad: la operación de apretarse el cinturón causa la pérdida de puestos de trabajo para algunas personas, porque otras no compran lo que aquéllas producían, con lo que su carga de la deuda aumenta en lugar de disminuir.
Existe una salida de esa trampa, pero sólo si, en lugar de insistir en la austeridad -mayores impuestos y menor gasto- en el debate sobre cómo reducir la proporción deuda/PIB, hacemos hincapié en el estímulo favorable para la deuda: aumentar los impuestos aún más e incrementar el gasto del Estado en la misma proporción. De ese modo, la proporción deuda/PIB se reduce porque el denominador (la producción económica) sube, pero no porque el numerador (el endeudamiento total del Estado) disminuya.
La política keynesiana de estímulo suele recibir la denominación de gasto creador de déficit y no la de gasto financiado con impuestos. El estímulo mediante reducción de impuestos podría casi parecer basado en el engaño, pues su efecto en el gasto en consumo y en la inversión parece exigir que las personas olviden que más adelante pagarán impuestos por el gasto público actual, cuando el Estado salde la deuda con sus intereses. Si las personas fueran racionales y estuvieran bien informadas, podrían concluir que no deberían gastar más, pese a las reducciones de impuestos, ya que éstas no son reales.
No necesitamos confiar en esos trucos para estimular la economía y reducir la proporción de deuda respecto de los ingresos. El problema económico fundamental que actualmente preocupa a gran parte del mundo es la demanda insuficiente. Las empresas no están invirtiendo lo suficiente en nuevas instalaciones y equipo ni creando puestos de trabajo, en gran medida porque el público no está gastando lo suficiente -o no se espera que lo haga en el futuro- para mantener la economía a toda marcha.
Se debe considerar el estímulo favorable para la deuda simplemente como una decisión colectiva, adoptada por todos nosotros, de gastar más para hacer arrancar la economía. Nada tiene que ver con endeudarse o engañar a los ciudadanos respecto de impuestos futuros. Si tuvieran libertad total para adoptar sus decisiones individuales, los ciudadanos no gastarían más en consumo, pero tal vez podamos votar por un gobierno que nos obligue a todos a hacerlo colectivamente, con lo que se crearía demanda suficiente para devolver la economía a la normalidad en poco tiempo.
Muchos creen que un estímulo con presupuesto equilibrado -aumento de impuestos en una época de penuria económica- es políticamente imposible. Al fin y al cabo, el presidente de Francia, François Hollande, dio marcha atrás a consecuencia de una inmensa presión política respecto de sus promesas electorales de aplicar un estímulo favorable para la deuda, pero, dada la escasez de opciones substitutivas válidas, no debemos dar por sentado que nunca se podrá acabar con los malos hábitos mentales y hemos de tener presente la posibilidad de una política más ilustrada.
Si se pudiera convencer a los ciudadanos de que el aumento de los impuestos no necesariamente significa privación o una mayor centralización de la adopción de decisiones, alguna forma de estímulo favorable para la deuda podría resultarles atractiva en última instancia.
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