Jorge Quiroz
De entre las varias imágenes de que disponen los economistas para narrar la coyuntura -sobrecalentamiento, enfriamiento, burbuja, pánico, los fundamentales, etc- acaso la más equívoca sea aquella de “tocar fondo”. Empleada usualmente después de una prolongada declinación de la actividad económica, o de caída en el mercado de valores, la expresión sugiere que se ha llegado al punto de inflexión: imposible hundirse más allá “del fondo”. De modo sutil, la imagen conlleva también algo de optimismo: si a la economía le queda algo de aire en los pulmones, llegada al fondo, debiese luego emprender un ascenso en reverso.
Como muchas imágenes de los economistas, la de “tocar fondo” presume de un conocimiento certero de la realidad. Pero ello no pasa de ser una pretensión; después de todo, aún no se inventa la campanilla que avise cuando la economía ha tocado fondo. Las cosas pueden haber empeorado, pero, así es la vida, siempre pueden empeorar incluso más.
Ejemplos sobran. En historia económica, quizá el más notable sea el del profesor Irving Fisher, que teniendo a la vista una larga secuencia de caídas de la bolsa, el 15 de octubre de 1929 hizo su famosa predicción de que el mercado en unos pocos meses más estaría “sustancialmente más alto” de lo que estaba en ese momento. Sólo 13 días después, en el famoso “lunes negro”, la bolsa de Nueva York experimentaría su caída más estrepitosa, dando inicio a la Gran Depresión. Claramente, el “fondo” que veía el profesor Fisher sencillamente no era tal.
Más recientemente, hace tan sólo un año atrás, un amplio grupo de economistas llegó a la curiosa conclusión que la economía europea habría “tocado fondo”. Las bolsas reaccionaron con cierto optimismo. Pero los porfiados hechos mostraron que, una vez más, el “fondo” no era tal. En efecto, el crecimiento económico de Europa lejos de recuperarse sigue siendo casi nulo, incluso la economía Alemana ha entrado a ratos en terreno negativo, y el fantasma de la bancarrota de Italia, una de las tres economías más importantes de Europa, lejos de achicarse, se ha acrecentado. Para peor de males, hoy se vislumbran riesgos de deflación.
Por casa, y guardando las proporciones, las cosas no lucen muy distintas. La desaceleración económica chilena, que partió el último trimestre del año pasado, se ha venido profundizando todo el presente año, lo que ha hecho que las predicciones de crecimiento de consenso, inicialmente por sobre el 4%, estén ahora bien por debajo del 3%. En este contexto, han salido muchos a decir que habríamos “tocado fondo”, con el infaltable corolario que ahora iríamos “de menos a más”. ¿Qué fundamento existe para ello? Ninguno que yo sepa.
La economía se ha desacelerado porque se derrumbó la inversión, que va a pasar desde un 24% del PIB en 2013 a probablemente un 22% este año. A su turno, la caída en la inversión, que deprimió la demanda agregada, se tradujo finalmente en menor confianza de los consumidores, con las respectivas desaceleraciones del gasto o derechamente, caídas absolutas (tratándose de durables).
El espacio para una política fiscal contracíclica es muy limitado, por lo que sencillamente no se advierte cómo podría revertirse la actual tendencia negativa. Por otra parte, el menor crecimiento que empuja al tipo de cambio al alza, genera un dilema difícil para el Banco Central, al tiempo que induce efectos contractivos adicionales.
En breve, si bien el asunto no es tan dramático como lo que le tocó al profesor Fisher, no se advierten razones de peso para pensar que hemos tocado fondo, o, para usar otra imagen muy socorrida, no se advierte que estemos viendo “la luz al final del túnel”. O quizá sí, en una de esas, la luz bien podría ser la locomotora que se nos viene en sentido contrario.