Crecimiento: calidad más que cantidad
Rodrigo Aravena González Economista Jefe Banco de Chile
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Rodrigo Aravena
A estas alturas podemos decir, con un alto grado de certeza, que la economía chilena está experimentando una recuperación importante, como hace mucho tiempo no veíamos. Incluso podemos ir más allá, y señalar que no resulta para nada descartable que el crecimiento supere el 3,5% este año. Si esto fuera así, tendríamos el mayor dinamismo desde el 2013 y volveríamos a crecer a tasas más cercanas al resto del mundo.
No cabe duda que un escenario de este tipo genera un cambio importante en el estado de ánimo local. Sin embargo, y reiterando lo que he mencionado en ocasiones previas, creo que las cosas hay que tomarlas con cautela y reconocer que si bien el alza en el crecimiento es muy bienvenido, no es suficiente como para asegurar su sostenibilidad de largo plazo. Acá lo realmente importante es que el crecimiento no aumente sólo en cantidad, sino que además en calidad.
En una discusión de este tipo resulta fundamental un acertado diagnóstico sobre el punto de partida de este nuevo ciclo. El país no sólo tuvo una tasa de crecimiento decepcionante los últimos cuatro años (1,8%), sino que además se completó el peor cuatrienio desde mediados de los 80.
Estos elementos, junto a la inédita y persistente caída en la inversión durante todo ese período, hacen altamente probable que el PIB tendencial se haya visto afectado.
Si bien a priori esto pudiera resultar algo lejano e incluso teórico, deja de serlo si explicamos que una menor capacidad de crecimiento conlleva a una merma en la capacidad de generación de empleos, mayores presiones inflacionarias, y cambios en precios claves como tasas de interés y tipo de cambio, entre otros. Un crecimiento que sólo se genere con más gasto, sin mejoras estructurales, definitivamente no es suficiente.
Pero, ¿qué señales nos podrían al menos indicar que no sólo aumenta la cantidad, sino que la calidad del crecimiento? Si bien la lista podría ser bastante larga, creo que las siguientes tres nos darían al menos algún indicio:
Primero, que el crecimiento económico se sostenga por un mayor dinamismo de la inversión y no solo consumo. Si bien estamos conscientes de que es muy difícil alcanzar las tasas de inversión de comienzos de la década -dada la influencia que tuvo el ciclo minero-, hay otros sectores, como energía e infraestructura, por mencionar algunos, que sin duda podrían marcar la diferencia. Mientras la tasa de inversión cayó desde 25% a 22% entre 2013 y 2017, la proporción del consumo subió desde 74% a 77%. Claramente esta tendencia no es sostenible a través del tiempo.
Una recuperación con bases de largo plazo requiere de una reducción del impulso fiscal, que sea compensada por una mayor participación de la demanda privada. De acuerdo a las cifras actualizadas de la Dipres, el gasto público aumentó su contribución al PIB desde 21% en 2013 a 24% en 2017, con un déficit permaneciendo en torno al 3% del PIB. Vale la pena mencionar además que el alza de 4,9% en el gasto del gobierno central en 2017 estuvo impulsada solo por gastos corrientes, con un desembolso en capital retrocediendo 3,1%. Una composición así puede ser justificada sólo transitoriamente, cuando se requiere de políticas contracíclicas.
Una tercera señal debiese provenir de un cambio en la composición del empleo, a través de una reversión de lo observado en los últimos años: mayor empleo asalariado privado y menor preponderancia de los por cuenta propia.
Si bien estas señales podrían parecer factores aislados, están sumamente relacionados con determinantes claves como son la recuperación de la confianza y de la inversión. Pero más importante es aún reconocer que esta mejora está estrechamente relacionada con una reorientación de las políticas públicas, que otorguen una mayor preponderancia al crecimiento económico en el centro de las prioridades.
Crecimiento: calidad más que cantidad
 Una recuperación con bases de lar