Progreso o tentación populista
Fernando Barros Tocornal Abogado, consejero de Sofofa
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Fernando Barros Tocornal
La polarización de las sociedades latinoamericanas parece ser un fenómeno extendido, con posturas antagónicas que concitan masivos apoyos ciudadanos, no exentos de violencia. Así ocurrió en el balotaje en Brasil, configurándose con la victoria de Lula un mapa latinoamericano dominado por líderes de discurso izquierdista desde las populistas Argentina y México a la extrema izquierda neomarxista de Nicaragua, Bolivia, Colombia y Venezuela.
Un elemento común a los regímenes auto denominados progresistas es la lucha encarnizada contra la economía social de mercado y el denominado modelo neoliberal, conforme al cual, se dice, se ha impuesto un Estado de tamaño y poderío muy inferior a lo que se requeriría para satisfacer las necesidades de las mayorías.
“De los exponentes de un socialismo redecorado surgen nuevos profetas, quienes nos visitan para conocer el experimento o experiencia de Chile, esperanzados de que nuestro país sea el primero en ‘matar’ el modelo neoliberal”.
Sobre la base de exacerbar situaciones puntuales, que han sido graves, se ha demonizado al mundo empresarial y menospreciado la sociedad construida con décadas de esfuerzo y a sus constructores, y se sostiene la necesidad de más regulación. En definitiva, se trata de que los individuos cedan parte de su libertad al Estado, que para conseguir los objetivos que se presentan como verdaderos dogmas religiosos debe crecer en recursos y funcionarios. Además, se busca que el crecimiento y desarrollo económico se subordine a los nuevos valores, postergando las legítimas aspiraciones de bienestar en pro de una falacia que nos lleva de regreso a esquemas probadamente fracasados.
De los exponentes de un socialismo redecorado surgen nuevos profetas, quienes nos visitan para conocer el experimento o experiencia de Chile, esperanzados de que nuestro país sea el primero en “matar” el modelo neoliberal, en una demonización propia de Halloween. Dicha condena a muerte se justificaría por una alegada culpabilidad del “crimen” de haber inspirado cuatro décadas de desarrollo como no conoció antes nuestra patria, de una sustancial reducción de la pobreza, de la creación de oportunidades, de la disminución de la desigualdad, de acceso a la educación superior. En fin, de acercarnos a ser un país desarrollado.
En su ruta de exterminio de todo vestigio del modelo se terminarán las AFP, se eliminarán las concesiones, se reducirá mortalmente o se acabará con la salmonicultura, las plantaciones forestales y la minería; y seremos felices con el Transantiago, las demoras en cirugías y consultas médicas de especialidad, seguiremos con una educación capturada por sindicatos y partidos extremistas para los que la formación de los niños importa poco. Bajo este escenario tenemos que aceptar el penoso nivel educacional, permitiendo que los iluminados no cejen en la pertinacia de quitarles los patines a los que quieren estudiar más y esforzarse duro para progresar. Para ello nada mejor que asfixiar el exitoso programa de Liceos Bicentenario nacido durante el neoliberalismo y alejar a la mayoría de los niños del conocimiento y la modernidad.
El Presidente Boric debe tener claro que la ciudadanía le mira con atención para ver si, entusiasmado con la marea progre del barrio, volverá al discurso refundacional que le dio una pobre votación en la primera vuelta presidencial y una derrota en el plebiscito del 4 de septiembre, o si tomará el rumbo que triunfó en la segunda vuelta y que hace pocos días sorprendió al mundo empresarial en SOFOFA, con un mensaje de un país que dialoga, de una autoridad constructiva que busca eficiencia de su gestión y que está consciente de que sin inversión no hay crecimiento, y de que sin este no hay desarrollo ni satisfacción de las necesidades sociales.