¿Y qué importa si todas las mujeres no son líderes superestrellas en una crisis?
Pilita Clark
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Pilita Clark
Gracias a Dios por Ursula von der Leyen.
La presidenta de la Comisión Europea acaba de poner fin a la tediosa idea de que las mujeres líderes son mejores en una crisis.
Después de tener una disputa con los fabricantes de medicamentos por la escasez de dosis de la vacuna Covid-19, tuvo que dar marcha atrás con respecto a un intento apresurado de restringir algunas exportaciones de vacunas que dejó atónitos incluso a sus partidarios.
Nada de esto hubiera sido tan malo si no fuera por el hecho de que la Unión Europea (UE) también está distribuyendo vacunas a un ritmo mucho más lento que el Reino Unido (que recientemente se salió de la UE por el Brexit) y EEUU (que recientemente fue gobernado por Donald Trump).
Por pésimo que sea esto para Von der Leyen, es alentador en otro frente, porque ofrece una perspectiva muy necesaria sobre la idea de que las primeras ministras y presidentas son intrínsecamente mejores en una crisis. Esta teoría despegó el año pasado, cuando se hizo evidente que Jacinda Ardern de Nueva Zelanda y Angela Merkel de Alemania tenían algo en común con Tsai Ing-wen de Taiwán, Sanna Marin de Finlandia y otras líderes.
A cada mujer le estaba yendo relativamente bien en el manejo de la pandemia en su país, tanto así que los académicos comenzaron a investigarlo. Una de las primeras investigaciones estudió a 194 países y llegó a la sorprendente conclusión de que los países dirigidos por mujeres tenían resultados frente al Covid-19 "sistemática y significativamente" mejores, habían cerrado antes que los países dirigidos por hombres en circunstancias similares y habían sufrido menos muertes.
Otro estudio examinó los registros de los gobernadores estatales en EEUU y descubrió que los nueve estados dirigidos por una mujer tenían menos muertes por coronavirus, mientras que un estudio adicional encontró que los estados tenían casi un 250% más de probabilidades de establecer órdenes tempranas de confinamiento en casa si su agencia de salud pública estaba dirigida por una mujer.
Estos hallazgos, a su vez, fueron reforzados por investigadores de liderazgo que ya habían descubierto antes de la pandemia que las personas que trabajaban junto a mujeres las calificaban como mejores líderes que los hombres. El análisis de los primeros meses de la crisis de Covid-19 mostró que las mujeres fueron calificadas como líderes más efectivas por un margen aún mayor que antes. Una razón: las personas valoraban a los líderes con rasgos que las mujeres mostraban con más frecuencia, como la colaboración, la empatía y la comunicación (una habilidad que Ardern en particular tiene en abundancia).
Sin embargo, hay varios problemas con la idea de que vale la pena tener una mujer a cargo en un desastre, comenzando por el tiempo. Estos estudios se basaron en gran medida en datos de la primera mitad de 2020. Von der Leyen —quien sólo comenzó su cargo en Bruselas a fines de 2019— aún no había tenido la oportunidad de mostrar sus habilidades y liderazgo. Tampoco lo habían hecho otras mujeres líderes cuyos desempeños durante la pandemia no han sido aplaudidos universalmente.
Dido Harding, la baronesa a cargo del problemático sistema de pruebas y rastreo del Reino Unido es una de ellas. No dirige todo un país, ni siquiera un estado, pero sigue siendo una mujer a cargo de un esfuerzo vital durante una crisis que no ha avanzado según lo planeado. A lo cual se podría responder, ¿y qué? Ya que hay otras fallas en el concepto de la superioridad de las líderes femeninas.
En el estudio de 194 países, sólo 19 líderes eran mujeres y algunas dirigían el tipo de nación pequeña y relativamente rica que se podría esperar que le fuera bien en una pandemia. Los autores tuvieron en cuenta esto en su análisis, pero sigue siendo una muestra demasiado pequeña para poder sacar grandes conclusiones.
Francamente, eso es un alivio, porque hay un problema mayor y más molesto con elogiar a las líderes femeninas, en crisis o no. Como he escrito en esta columna antes, para las filas masivas de mujeres normales, es agotador ver cómo se pone la vara tan alta.
Lo último que necesitan las mujeres son aún más expectativas de ser más amables, más claras o más sensibles, especialmente cuando sólo hay evidencia mixta de que realmente es más probable que posean tales habilidades.
Si estos atributos son valiosos en una crisis, todos los líderes deberían aspirar a ellos, no sólo las mujeres.
Lo que las mujeres necesitan es la libertad de hacer un lío absoluto de las cosas de vez en cuando, un derecho que los hombres han dado por sentado alegremente durante siglos.