Un video que circula por las redes con un triste, cobarde e indignante espectáculo que da una pareja de adultos, atropellando con insultos a una dependiente extranjera en una farmacia, me motiva a escribir una segunda columna de apoyo a la inmigración en Chile. Ya lo hice hace unos meses, pero parece que no fue suficiente.Es de esperar que sea un caso aislado.
En el intertanto, se ha dado una interesante discusión sobre la inclusión y la forma en que acogemos a los nuevos inquilinos de esta casa que es Chile. Todos somos inmigrantes. Unos llegaron antes, otros después. Si de algo sirve el patético video será para tomar conciencia de que así no hay que actuar; que fue cobarde, injusto, revela pequeñez de alma y, por último, fue un delito.
La inmensa mayoría de los extranjeros que llegan a Chile lo hacen con ánimo de comenzar una nueva vida, de echar raíces, de aportar con su trabajo y conocimientos a una sociedad mejor. Merecen una oportunidad y una buena acogida.
Se ha llegado a un acuerdo de ordenar los protocolos y canalizar debidamente las vías de acogida. Todos ganan con ello, empezando por los mismos extranjeros, que quizá esperaban algo más a su llegada aquí. Un orden legal redundará en una mejor y más eficiente acogida. Recordemos que la cantidad de extranjeros llegados a Chile está dentro de los parámetros normales de la actual sociedad globalizada. E incluso es bastante menor a la de otros países similares al nuestro. Recordemos también que hay miles de chilenos que han sido acogidos en otros países, quizá algún pariente suyo.
Vamos camino a una sociedad más variopinta, cosmopolita, lo que, insisto, redunda en un Chile más rico y diverso. Los inmigrantes aportan con nuevas ideas y miradas, enriquecen nuestra convivencia, crean trabajo, animan la economía y nos regalan con su cultura e idiosincrasia. Se suma a esto que la mayoría tienen raíces cristianas, lo que sin duda es aún un enriquecimiento mayor a nuestra patria. Y aunque así no lo fuera, aportan ya con una mirada distinta, nos abren los horizontes, nos despercuden y alientan a una mayor integración con el mundo.
El Papa Francisco recordó hace unos días atrás que en una “cultura del descarte” el otro sobra. Pero no en la cultura que quiere Cristo, la verdaderamente humana. “En Jesús el otro es mi hermano, más allá de cualquier barrera de nación, extracción social o religión”. Y con esto ganamos todos. El otro siempre es un enriquecimiento. Nadie sobra. Acojamos a quien viene de fuera. Seremos un mejor país. Más próspero y feliz.