La proximidad de la Navidad lleva a replantearse muchas cosas en la vida, se sea creyente o no. En esta fecha se junta todo: fin de año, balances, cierre de alguna etapa laboral o de estudio. Planes de cambio de trabajo o casa. Navidad es una suerte de punto de inflexión en nuestra agenda personal y nacional. Y se comprende que lo sea. Celebramos el nacimiento de un niño y, como todo nacimiento, es fuente de sorpresas, expectativas, sueños. Solo puede venir algo mejor cuando llega una nueva vida a nuestras vidas. Jesús es esa necesaria esperanza que alienta el camino de los hombres de fe. Comienza algo nuevo. Y es bueno que cada cual se plantee de cara a esta Navidad con esa conciencia: el comienzo de algo nuevo en la propia vida.
El Papa Francisco invitó a un "año jubilar de la misericordia". Reflexionaremos un año sobre lo central del corazón de Dios: Alguien que perdona, comprende, acoge, alienta, levanta. El Dios de los cristianos no es un dios castigador, severo, frío, amenazante. Es sobre todo padre, padre bueno, buen pastor, que "conoce a sus ovejas". Sabe de las dificultades, penurias y dolores de cada uno. Cada ser humano es único e irrepetible, querido por sí mismo. Nadie sobra. Y esa conciencia viene a partir de Cristo. En Él, nos comprendemos y sabemos hermanos de un padre común. Es lo que se revela a partir de la Navidad.
A partir de Jesús, el hombre reconoce su infinita dignidad de hijo y hermano. No somos un rebaño de seres extraños unos a otros, que comparte un planeta acaso para vegetar, empatar el tiempo y terminar la vida sin sentido. Estamos aquí para algo. Dios nos creo por amor y para amar. "Al final de la vida, se nos juzgará por el amor", dice San Juan de la Cruz. Se nos preguntará cuánto amor pusimos en lo que hicimos; cuánto bien realizamos a quienes no nos podían recompensar (¡Ojo! no sirve ser solo amable y bueno con los que me resultan agradables).
Los que nos decimos cristianos lo tenemos difícil. La vara es alta. Significa llevar una vida de una gran consecuencia, integridad y dignidad. Es vivir las 24 horas "haciendo el bien". A partir de Belén, no hay aspecto de la vida del hombre que no tenga "algo" de divino, o en el cual Dios no tenga algo que decir. La fe en un Dios que se hace hombre, cambia radicalmente la realidad. Nada es igual. Todo es de Dios y nos remite a Él. No hay rincón de la vida en la cual Él no tenga injerencia. Y esto, no para limitarnos, sino para hacernos más felices, más humanos.
Que tenga una feliz Navidad. Que Jesús nazca en su familia, en su vida. Con Él todo va infinitamente mejor.