Por el buen trato
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Padre Hugo Tagle
Una queja recurrente en el mundo laboral es por el mal trato. Hemos mejorado, hay que decirlo. Pero nos falta mucho. Las evaluaciones y “chequeos” ayudan a tomar conciencia de que cada gesto importa. El lugar de trabajo termina siendo “un segundo hogar”, donde pasamos no sólo ocho o más horas diarias, sino que muchas veces se extiende hasta el fin de semana por eventos especiales. Sí, quizá más que la petición por aumento de sueldo o regalías especiales, se pide un trato mejor.
A los chilenos nos traiciona nuestro carácter retraído, algo secundario. Como no atinamos al gesto amable, lanzamos la patochada, respondemos con gruñidos o simplemente ignoramos. Muchas faltas de respeto se cometen más por torpeza, que por maldad. Abunda sí, el mal educado, el que “se pasa de la raya”; al que le dan la mano y se toma el codo. Y eso nos lleva a ser retraídos, fríos y calculadores en exceso.
Abundan el que “no se fija” que hay alguien esperando a entrar, o el que “no vio” que el otro quería pasar. O esos que entran a la reunión sólo saludando a los conocidos o, peor, se despiden sólo de algunos, ignorando a otros. Suma y sigue.
“El acto más pequeño de amabilidad vale más que la intención más grande”, dice el poeta Khalil Gibran. Abunda la buena intención, pero no basta. Vivimos esperando “el gran momento” para ser amables y se nos pasan pequeñas oportunidades de mostrar cortesía y buenas maneras. “El respeto es una calle de dos direcciones, si lo quieres conseguir, lo tienes que dar”, reza un viejo adagio. Se le atribuye a Einstein haber dicho: “Hablo a todos de la misma forma, ya sea el basurero o el rector de la universidad.” Las grandes personas son las más humildes, sencillas y llanas. La soberbia oculta complejos de inferioridad, ignorancia o falta de inteligencia. “La amabilidad es un lenguaje que los sordos pueden escuchar y los ciegos pueden ver.”
Si bien es algo atípico por rayar en la barbarie y absoluta irracionalidad, ha aumentado el recurso a la violencia paranoica en las discusiones públicas. Así lo vimos en triste eventos del Instituto Nacional y otros. Algunos recurren a la violencia y atropello de los derechos de los demás para exigir los propios. La violencia a nada conduce. Sólo engendra más violencia. El problema es que nos mal acostumbramos a ella y en cierta medida la legitimamos.
Apostemos por el buen trato. “Ningún acto de amabilidad por pequeño que sea, es jamás malgastado”, dice el pensador griego Esopo. No subestime su pequeño gesto amable cotidiano. Puede cambiar vidas.