En pocos días más, celebramos Navidad. Aunque el tiempo y ajetreo nos hable de dispersión, estrés y trabajos de última hora, se nos regala una buena semana de preparación para que Jesús nazca en el corazón, ensanche el alma y nos regale con su paz.
¿No es éste acaso un tiempo para la esperanza? Es a lo que invita el Adviento. La fe cristiana acentúa tanto el nacimiento de Cristo, Dios hecho hombre, como la ida del hombre hacia Él. La vida es un “camino”. Vivimos esperando: el mañana, el fin de año, el inicio del próximo. Vivimos planeando hacia el futuro. El pasado nos ocupa, pero el futuro nos despierta, agudiza los sentidos. Nos hace vivir. La espera en sentido religioso es la más completa, ya que involucra a todo el hombre. Esperemos, pero no sentados sino bien vivos, bien activos, amando. Esperemos para que esa esperanza se transforme en bien; mejore las vidas de quienes nos rodean. Esperemos que los solitarios tengan este año alguien que les recuerde. Buena idea sería hacer de esa espera una acción concreta ¿Tal vez podemos llamar, escribir, cuidar a alguien que nos necesita?
Esperemos que se encienda alguna luz de ilusión en espacios de sombra ¿Tal vez yo pueda encender alguna? Esperemos que en medio del vértigo y de tantos preparativos sean muchos los que vuelvan recordar que, sin Jesús, no hay Navidad.
El Papa Francisco señala: “El tiempo de Adviento, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en Dios ¡Una esperanza que no decepciona sencillamente porque el Señor no decepciona jamás! Él es fiel ¡Pensemos y sintamos esta belleza!”. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y la humanidad entera está en camino, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo. Pero ¿en camino hacia dónde? Dice el profeta Isaías: “Sucederá en días futuros que el templo del Señor será asentado en la cima de los montes. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: Vengan, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos”. Navidad es recuerdo de un origen común, de nuestra mutua interdependencia.
La espera cristiana es intrínsecamente luminosa. Esperemos que haya más besos y menos golpes, más risas y menos ceños fruncidos, menos rabias y más reconciliaciones. Y digámoslo. Y vivámoslo. Porque llegarán nuevas ideas, nuevas canciones, nuevos proyectos. Porque llegará Jesús.