¿Le ha pasado que, tras una decepción, termina sospechando de todo el mundo? Bueno, esa es la impresión que me da una buena cantidad de chilenos. Nos hemos vuelto recelosos. Nadie le cree a nadie. Cualquier conversación se lleva a miradas suspicaces, comentarios de medio tono, lecturas mal intencionadas. Nos preguntamos, ¿qué esconde? ¿qué busca?.
La desconfianza mata el alma, termina envenenando. Es lo que puede pasar en la vida matrimonial, en el amor, en las relaciones laborales cuando no se cree de corazón en el otro. O apostamos por la confianza o simplemente terminamos en un mar de sospechas que intoxica rápidamente la relación. En esto de tener fe en alguien, nos jugamos siempre al 100%.
Hay mucha gente dolida dando vueltas por ahí. Quizá usted mismo. Un quiebre en la confianza en el otro puede provocar heridas difíciles de sanar. Así y todo, aconsejo renovar la fe en el otro por un asunto de sanidad mental. Quien gana más es uno mismo cuando ella se renueva, aunque resulte doloroso. Confiar es lo propio humano. Esperar contra toda esperanza nos hace más humanos, libres, plenos.
Ahora sí, paso al punto de la creencia religiosa. Resulta interesante que se siga incluyendo el ítem de la creencia religiosa en todos los censos del mundo. Y ninguna Iglesia lo ha pedido. Brotó espontáneo desde las frías oficinas de estadísticas. Es una curiosidad universal; un intangible que nos dice mucho de cómo es un país, su gente, su cultura, sus relaciones humanas, así como queremos saber cuántos televisores, autos y grados académicos tenemos.
Pero el punto no es la cantidad: es la calidad de la fe. Y ahí estamos al debe. Una cosa de los censos me alegra. Cada chileno, al preguntarse “en qué cree”, debe llevar a preguntarse por el “cómo cree”, por la calidad de su fe.
El Papa Francisco en una de sus últimas alocuciones, llamó a vivir mejor la fe. Se lo dijo a los cristianos pero vale para todos. Cada cual “viva” de verdad lo que cree. Practique su fe. Quien es consecuente con ella, da más confianza. También quien no cree en nada y es consecuente con esa increencia, regala también confianza. El punto es vivir la fe o “no fe” de forma consecuente, clara, manifiesta, positiva.
Ojalá que este caluroso verano nos regale la oportunidad de “chequearnos” en este punto vital de la vida, que es nuestro “yo interior”. Ese “sujeto creyente” que llevamos dentro podría bien aflorar un poco más y manifestarse en la vida diaria, en la práctica consecuente y honesta. Inyectaría nuevas energías a su diario vivir y lo llevaría a ser más humano y feliz.