Iniciamos el 2013 con una noticia inédita, cuyas consecuencias marcarán, para bien y sin vuelta, los próximos decenios. La renuncia de Benedicto XVI, la primera en más de cinco siglos de papado, y la elección del Cardenal Bergoglio, latinoamericano, el primer no europeo desde hace 15 siglos.
La profética visión de Benedicto XVI en su renuncia confirma lo que fue su actitud siempre: su profundo amor a la Iglesia, su espíritu visionario y desprendido. Ese heroico gesto desencadenaría una nueva forma de comprender las tradiciones eclesiales. Ellas deben estar al servicio de las personas y no al revés. Rompió de un santiamén falsas sacralidades que se mostraban como limitación del servicio de la Iglesia.
La elección de un cardenal “traído de lejos” aumentaría aún más el asombro. Con pocos, claros y significativos gestos, el Papa Francisco renovó la relación de la Iglesia de cara a los medios, a la opinión pública, a la humanidad. No hay vuelta atrás. El nuevo ímpetu adquirido gracias a su sabia conducción lleva a la Iglesia a esperanzadoras riberas, a un reencuentro con el hombre moderno, herido; con esas “periferias existenciales” de las que habló desde un inicio.
Su lema “Lo miró con misericordia y lo eligió”, nos recuerda la mirada de Cristo: la de quien acoge, comprende, perdona, dignifica. Una invitación a ir a los abandonados, a los pobres, a los que sufren.
Urge una cruzada solidaria que nos lleve a comprender que una riqueza mal distribuida, solo trae consecuencias nefastas. Dice el Papa Francisco: “En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias concretas”.
También vivimos fenómenos extremos, como demostró el reciente tifón Haiyan en Filipinas. Éste será uno de los diez años más cálidos desde que hay registro. La palabra sustentabilidad debe dejar de ser un término de expertos para pasar a ser parte, con urgencia, del sentir y responsabilidad de todos.
“La fe no se vive desde el balcón, sino caminando. No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús”, dijo el Papa Francisco a los jóvenes en el encuentro de Rio. Las exigencias de esta época obligan al creyente a prestar un servicio a la sociedad desde una fe más activa, vigorosa y efectiva; comprometida con el medio, con el tiempo, con todo el hombre.