El trabajo, una bendición
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Padre Hugo Tagle
Los buenos índices de empleo parecen ser una realidad permanente. Deben ser motivo de alegría, pero, a su vez, un desafío para mantenerlos y mejorarlos.
El trabajo es la participación efectiva y más digna en la Creción. No es una maldición, como falsamente se interpreta el famoso pasaje del Génesis. En efecto, luego de que Adán comiera la manzana prohibida, le dice Dios: "Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado"(Gn 3,19). La condena no es el trabajar, sino lo tedioso que ello nos resulte, producto de la obnubilación que experimenta Adán a raíz de su desobediencia.
El trabajo estuvo desde siempre en el plan de Dios. Es la maravillosa forma de participar de la creación que nos ha confiado ¿Por qué darnos tanto trabajo, pudiendo habernos ahorrado tantas fatigas? No experimentaríamos el gozo de vivir, no apreciaríamos lo que ella nos ofrece si no participaramos tan intimamente de ella. Dios es muy sabio. Sabe que se aprecia mejor todo en la medida en que uno se hace parte de lo que obtiene. El trabajo es la realización más plena del hombre, la forma de experimentar lo que Dios realiza permanentemente: crear. Tanto nos ama, que nos deja trabajar en lo que creó. El propio Hijo de Dios, haciéndose en todo semejante a nosotros, se dedicó durante muchos años a actividades manuales, tanto como para ser conocido como el "hijo del carpintero" (Mt 13, 55). Nos realizamos en y con el trabajo. De ahí la importancia de dignificarlo, mejorarlo, hacerlo siempre más humano.
Dice Benedicto XVI en una alocución con motivo del Día del Trabajo: "El trabajo reviste importancia primaria para la realización del hombre y para el desarrollo de la sociedad, y por esto es necesario que aquél se desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y al servicio del bien común". Pero está al servicio del hombre. No se debe idolatrar. "Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios" (Ex 20,9). El domingo es día santificado, esto es, consagrado a Dios, en el que el hombre comprende mejor el sentido de su existencia y de la actividad laboral. La enseñanza bíblica sobre el trabajo halla su coronación en el mandamiento del descanso no como ocio, sino como alabanza al Creador.
El descanso permite a los hombres recordar y revivir las obras de Dios, desde la Creación a la Redención, reconocerse ellos como obra Suya (Cf. Hf 2, 10), dar gracias por la propia vida y por la propia existencia a Él, que es su autor.