Padre Hugo Tagle

Dos Papas

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 28 de abril de 2014 a las 05:00 hrs.
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La Iglesia y el mundo vivieron ayer domingo una jornada memorable. La canonización de dos Papas contemporáneos, Juan XXIII y Juan Pablo II, constituye un hito significativo de lo que busca la Iglesia para este nuevo milenio. Se ha escrito y comentado mucho sobre ambos. Querría destacar algunos aspectos de sus biografías. Juan XXIII, el “Papa bueno”, inició su pontificado bastante entrado en años. Se pensaba de él que sería un Papa de transición, luego del largo y fecundo pontificado de Pio XII. Nada de eso. Asombró al mundo con la llamada a un concilio ecuménico que sentaría las bases de la Iglesia que conocemos hoy: dialogante con el mundo, versátil, misionera, sensible ante los problemas reales de la humanidad. Se pasó de una Iglesia que se anquilosaba a pasos agigantados a una que comprendió que, dialogando con el tiempo y el mundo, lograría su objetivo: compartir la alegría de Cristo con todos los hombres. La Iglesia supo comprender, con humildad y realismo, que solo desde el servicio al hombre es como vive el mensaje evangélico. Ella fue fundada para servir a la humanidad y no para dejarse servir por ella.

En efecto, lo de Juan XXIII no fue una simple intuición. De seguir la Iglesia caminado por la huella fijada por sus antecesores, iba a un despeñadero. Grandes sectores de la humanidad ya le habían dado la espalda. La estructura eclesial descansaba más en formalidades huecas, vacías, antes que en un espíritu que la animara de adentro. Algunos sectores criticaron a Juan XXIII este paso del Concilio Vaticano II. Pero la historia le dio la razón. De hecho, la “crisis eclesial”, mostró cuán vacía y artificial era lo que existía antes. El “Papa bueno”, en su modestia y simpatía desbordante, regaló los cimientos de una Iglesia más servicial, cercana a los hombres, dialogante con el mundo: más auténticamente cristiana.

Juan Pablo II, muchos años después, continuaría y completaría la obra de Juan XXIII. Lo conocimos en Chile, el año 87, con su visita a estas tierras. Fue “el mensajero de la paz”, que trajo concordia, humanidad, paz a un Chile dividido. Memorable resulta su llamado en el Estadio Nacional a los jóvenes: “¡mírenlo a Él!”, señalando la gigantografía de Jesús. Su paso por nuestra tierra marcaría un punto de inflexión. Podemos decir que animó a un mayor diálogo, concordia y buen ánimo entre los chilenos. Pero su mensaje es universal. Las cifras de sus viajes, encíclicas, audiencias resultan asombrosas. Pero, más que cifras, fue su gran celo apostólico, su amor a la Iglesia, a las personas, a la humanidad, su gran legado. Ambas canonizaciones son un regalo para este tiempo. Que lo sepamos aprovechar.

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