De enemigos a amigos. Estas dos palabras mapuches, breves y casi impronunciables, deberían pasar a ser parte de nuestro léxico. Ambas parecieran no tener una raíz común. Para el mundo mapuche las ideas de “amigos y enemigos” conocen derroteros distintos. Quizá porque el hecho de no ser enemigos no significa que seamos amigos. En esto de la relación con “los pueblos originarios” no se puede aspirar sólo a una paz de cementerio, a una fría relación de tolerancia. O buscamos realmente estrechar vínculos, reconocernos como hermanos en un destino común o nuestra idea de país peligra. No simples vecinos en un barrio estrecho. En esto del problema sureño, no hay ganadores o perdedores: o todos ganamos o todos perdemos.
Pero para lograr superar los recelos y discordias, la violencia en último término, se requiere un cambio profundo de mentalidad. Ya se ha dicho: lo que buscan los extremos minoritarios es la confrontación, escenario ideal para seguir con la violencia. El camino difícil pero eficaz y fecundo es el de la integración plena, que ahora no existe. Lo que la inmensa mayoría del pueblo mapuche quiere es paz, trabajo, más oportunidades, mejor educación, real integración. Leía por ahí que, en igualdad de condiciones, un trabajador mapuche recibe un 30% menos de sueldo. Inaceptable.
La violencia desatada en algunas zonas del sur se debe combatir con el imperio de la ley y políticas decididas de integración.
Me enteré que nuestra flor nacional, el copihue, existe en 16 colores diferentes. Constituye una buena metáfora de lo que debe ser y es nuestra patria: un recipiente de colores, en que cada cultura pueda expresarse en sus formas, vestimentas, costumbres originales, mientras ellas no atenten contra la dignidad de las personas y la sociedad. Hemos pretendido crear artificialmente una homogeneidad gris, que nada dice de lo que realmente es Chile.
El copihue es símbolo de amistad y gratitud. Resalta como una de las plantas sagradas de los araucanos; la veneraban como emblema de valor y libertad y los jóvenes como símbolo de sus amores. Se le ve poco y está en peligro de extinción. Hay que cuidarlo porque es extremadamente delicado. Así son las relaciones humanas. Hay que velar por ellas, por su fortalecimiento y consistencia. Es de esperar que los maravillosos colores y misteriosa fisonomía de los copihues vuelvan a ser signo de alegría y, sobre todo, amistad. Hacer patria es más complejo de lo que pensamos. Y es tarea de todos el que esta “copia feliz del edén” lo sea realmente.