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Por: Padre Hugo Tagle

Publicado: Lunes 12 de agosto de 2013 a las 05:00 hrs.

Padre Hugo Tagle

Padre Hugo Tagle

El término está tomado de la medicina y refleja bien un síntoma de nuestro tiempo. Se trata de personas que, si bien tienen corazón, caminan por la vida casi sin percatarse del resto, mostrando una fría indiferencia, jugando al interesante, circunspecto e importante. Es de lo que se ríen los extranjeros cuando llegan acá. Lo fruncidos que parecemos, a diferencia del carácter abierto y llano del resto de los latinoamericanos. Quizá tiene que ver con nuestra geografía isleña y clima frío. Como sea, este rasgo hace que muchos vivan como acreedores de servicios, clientes en un supermercado, socios de un club social. Así, el resto pasa a ser simple proveedor, dependiente, mozo o sirviente. Nunca un igual y menos alguien a quien se le debe algo.

No basta tener corazón para sentir, mostrar sensibilidad, fijarse en el otro, sus necesidades, tristezas o alegrías. Algunos tienen tan inflado el ego que apenas retienen el nombre de sus familiares cercanos. Se les reprocha a las generaciones de los 90 y posteriores su gran individualismo y materialismo. Parecieran pensar solo en sí mismos. Muchos entre ellos gastan como si el mundo se fuera a terminar. Y gastan para sí, sin consideración de las necesidades de los demás. Incluso, perjudicando a sus seres queridos, padres, hijos, familia.

Somos solidarios para esas cruzadas épicas como la Teletón, un terremoto o inundación. Pero la perseverancia en la misma generosidad nos es ajena. Basta preguntar a las organizaciones de ayuda chilenas, que deben hacer malabares para conseguir llegar a fin de mes para comprobar que el chileno no es muy solidario: Fundación las Rosas, Maríaayuda, Hogar de Cristo, por nombrar algunas. Todas ellas funcionan las 24 horas del día, los 7 días de la semana y todo el año. No solo cuando hay necesidades o hacen campañas.

La Iglesia nombró al mes de agosto “mes de la solidaridad” por celebrarse el 18 el día del Padre Hurtado, día de su fallecimiento. Ahora, “pasar agosto” no podrá ser solo buscar sobrevivirlo, sino hacerlo con el corazón henchido, con la satisfacción de haberse dado un poco.

Ser solidario es una tarea de toda la vida. Es jugar a ganador ya que, quien tiende una mano a quien lo necesita, mantiene un corazón sano. El corazón corre el peligro de anquilosarse. Conocemos los síntomas de los “acardios”: la indiferencia, el egoísmo y la soledad. Pero tiene cura: ayudar a otro, tender una mano. Así el corazón volverá a latir. Cuando ayudas a otro con su cruz, en su dolor o soledad, el corazón vuelve a sentir.

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