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Otra mirada a la causa de la tragedia de Valparaíso: el pensamiento grupal

Cristián Saieh

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Los hechos acaecidos el fin de semana en Valparaíso han sido comentados profusamente por especialistas en seguridad, urbanistas, y un sinfín de instituciones. La pregunta clave es: ¿Si todos “sabían” que algo similar a lo que ocurrió era parte de las opciones de catástrofe en la ciudad, cómo nadie se atrevió a tomar las medidas para evitarla? Es fácil ser general después de la batalla. Intentemos una explicación distinta. La hipótesis es que el pensamiento grupal jugó una muy mala pasada a todos los responsables de haber anticipado esta grave catástrofe.

El pensamiento grupal se produce en aquellos sistemas sociales en los que toda comunicación se acepta sin mayores discusiones y en que el diálogo abierto es visto con desconfianza; la consecuencia es que en un grupo donde hay personas competentes y preparadas, se adoptan decisiones equivocadas, aunque algunos -o muchos- de sus integrantes consideren erróneo decidir en ese sentido.

La historia nos relata casos dramáticos de pensamiento grupal, como el lanzamiento del Challenger, que terminó en una catástrofe que pudo ser evitada si en ese grupo hubiera existido la posibilidad de disentir. Algo muy parecido ocurrió en Valparaíso.

En efecto, por existir miedo a presentar una opinión distinta y dar una solución real a los peligros existentes en los cerros, ya sea por intereses políticos, económicos, temor al rechazo o simplemente desdén, los responsables directos o indirectos guardaron un equilibrado silencio. Las autoridades optaron por eludir evidentes irregularidades, como la proliferación de asentamientos en lugares no autorizados y riesgosos. Tampoco fue suficiente que bomberos, la Conaf y universidades hayan estudiado y advertido los peligros. Lo que en realidad pasó es que nadie se atrevió a tomar decisiones controversiales.

En los grupos humanos donde el desacuerdo es permitido, en que se sabe cooperar y llegar a consensos razonables, se produce sinergia y el resultado del trabajo de los actores es considerablemente mejor que el individual. Por el contrario, en los grupos en los que predomina el pensamiento grupal no hay sinergia. No sólo se desaprovecha esta enorme ventaja de la colaboración social, sino que los integrantes se inhiben y anulan mutuamente, de tal modo que el todo es menos que la suma de las partes. En concreto, no se toman decisiones que generan controversia pese a existir antecedentes objetivos para implementarlas.

El desastre podría haberse evitado, en voz de los especialistas. Pero para que eso ocurriera la creatividad era necesaria para decidir otras soluciones habitacionales y urbanísticas para el desarrollo de la ciudad; lo que se resolvió fue inhibir la creatividad y hacer vista gorda a los asentamientos ilegales ya que impedirlos conllevaba impopularidad. “Cuando todos piensan lo mismo, nadie piensa”, dice el adagio. “El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano”, apunta otro decir popular. Hoy los huérfanos deambulan por las calles de Valparaíso y la ciudadanía se pregunta por qué se falló tan gravemente. El pensamiento grupal parece ser parte de la respuesta.

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