No hay necesidad de derrotismo sobre el cambio climático
Pilita Clark
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Pilita Clark
“¿Qué sentido tiene la COP27?”, me preguntó un amigo el otro día sobre la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022 que tiene lugar esta semana en Egipto. “En lo que respecta al cambio climático, ¿no estamos condenados?”.
Esa pregunta se hace a menudo antes de estas reuniones anuales sobre el cambio climático y siempre me deja una profunda sensación de disonancia cognitiva, el inquietante estado psicológico causado por mantener dos creencias opuestas a la vez. En este caso, pesimismo sombrío contra optimismo inesperado.
“Abundan los desafíos en el calentamiento global, pero ante la COP27, los gobiernos y los reguladores finalmente se están tomando las cosas en serio”.
Las razones para no alegrarse son obvias. A pesar de 27 años de conferencias COP de la ONU sobre el cambio climático, las concentraciones de gases de efecto invernadero siguen aumentando hasta alcanzar máximos históricos. Así que el cambio climático ya está aquí, sus huellas son literalmente cuantificables en las letales olas de calor, los incendios forestales y las inundaciones que azotan un planeta que se ha calentado alrededor de 1.1ºC desde finales del siglo XIX.
Se supone que el acuerdo de París de 2015 impulsa una reducción de emisiones suficiente para mantener el calentamiento muy por debajo de los 2ºC e, idealmente, de los 1.5ºC. Sin embargo, nos dirigimos a un mínimo de 2.4ºC, según un informe de la ONU que hace dos semanas calificó los esfuerzos contra el cambio climático de París como “lamentablemente insuficientes”. Luego están las crisis económicas y políticas que nos han llevado a hablar de “policrisis” y “permacrisis”.
Cientos de delegados de la COP27 procederán de países pobres asolados por la pandemia, que enfrentan crisis de deuda, alimentaria y energética, además de catástrofes impulsadas por un clima cada vez más cálido y que no han provocado prácticamente. Lo anterior es difícilmente una receta para el éxito de las negociaciones sobre el clima.
Mientras tanto, en las naciones más ricas, la invasión rusa de Ucrania y el riesgo de recesión han hecho retroceder los esfuerzos por abandonar los combustibles fósiles. La búsqueda desesperada de suministros de energía no procedentes de Rusia ha prolongado la vida de las plantas de carbón europeas.
Parte de la financiación de las acciones contra el cambio climático también va en la dirección equivocada. Las inversiones transfronterizas en materia de cambio climático, que se dispararon en 2021, están ahora en vías de disminuir. Los acuerdos de financiación combinada que utilizan fondos públicos para hacer más atractivas las inversiones verdes para los inversionistas privados han disminuido abruptamente. También lo ha hecho el apoyo a algunas resoluciones climáticas de accionistas de grupos petroleros como BP y Shell.
La lista sigue. Entonces, ¿qué motivos hay para ser optimistas?
Una de las principales razones es que los gobiernos y los organismos reguladores que han estado ausentes en la acción contra el cambio climático por fin se están tomando las cosas en serio y están adoptando medidas sin precedentes que habrían sido impensables incluso hace un año. Esto es más notable en Estados Unidos, donde en agosto el presidente Joe Biden firmó la legislación climática más importante de la historia del país: la Ley de Reducción de la Inflación.
Podría haber sido mayor y algunas de sus ayudas por valor de US$ 370 mil millones a los coches eléctricos y otras tecnologías verdes son inútilmente proteccionistas. Aun así, por fin es posible imaginar una época en la que el poder de los magnates y los empleos verdes sea imposible de ignorar, con grandes repercusiones.
La ley estadounidense ya ha instado llamamientos para que la Unión Europea (UE) aumente su apoyo a tecnologías como el hidrógeno verde. Y la propia UE demuestra por qué la Agencia Internacional de la Energía dijo la semana pasada que la guerra en Ucrania podría, en última instancia, acelerar la transición a la energía limpia.
Para distanciarse del uso de los combustibles fósiles rusos, Bruselas ha presentado RepowerEU, un plan radical de €210 millones para impulsar la energía verde. Aún es un proyecto, pero también es un marcado cambio con respecto a hace un año. Del mismo modo, el conflicto en Ucrania no impidió un récord de US$ 226 mil millones de nuevas inversiones en energías renovables a nivel mundial en los primeros seis meses de 2022, encabezadas por China.
En cierto modo, sin embargo, es más sorprendente ver lo que los reguladores corporativos están haciendo de repente. Hace dos semanas, el organismo de control de la publicidad en el Reino Unido prohibió una serie de anuncios del HSBC por “ecoblanqueo”, la primera medida de este tipo. Otra primicia se produjo una semana más tarde, cuando el organismo de control empresarial de Australia multó a una empresa energética con A$ 53,280 por exagerar sus credenciales verdes.
Esto ha sucedido cuando los países de la UE -entre ellos Francia, España y Polonia- han decidido repentinamente abandonar el Tratado de la Carta de la Energía, un polémico acuerdo de 28 años de antigüedad de comercio e inversión que, según los activistas, ha obstaculizado durante mucho tiempo las acciones contra el cambio climático.
Nada de esto nos acerca al descenso del 45% en las emisiones necesario para que en 2030 se mantenga el objetivo de un aumento de temperatura de apenas 1.5ºC. Pero podría ser una señal de que nos aproximamos a puntos de inflexión políticos vitales. Cada vez más investigaciones sugieren que se puede desencadenar un cambio social radical una vez que el 25% de la población presione para que se produzca dicho cambio. La creciente preocupación por el clima se debe estar acercando a ese umbral en muchos lugares.
En cualquier caso, está más claro que nunca que la carga climática recae sobre los menos capaces de soportarla, por lo que cada décima de grado de calentamiento es importante. El pesimismo puede parecer inevitable, pero ceder al derrotismo es, en última instancia, un lujo que muy pocos pueden permitirse.