Luces y sombras de la bonanza económica
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Luis Larraín
El precio del cobre superó los US$ 4 en la Bolsa de Metales de Londres durante la semana. Ello viene de la mano de la buena recepción que ha tenido en los mercados mundiales el anuncio del Fed de ir a una segunda fase de quantitative easing por US$ 600 billones. Parece confirmarse que las autoridades norteamericanas van a respaldar la economía de ese país, que seguirá creciendo, aunque a un ritmo no muy alto, durante los próximos dos años. Si a ello sumamos la marcha de los países emergentes encabezados por China, el panorama de la economía mundial es auspicioso.
Este contexto externo es por supuesto ideal para la recuperación de la economía chilena que necesita dejar atrás el efecto de la crisis financiera internacional de 2008 y del terremoto del 27 de febrero de este año.
Combinación virtuosa, alto crecimiento y baja inflación ha dicho el ministro de Hacienda, Felipe Larraín. Y es que tiene razones para estar contento el ministro; llevamos cinco meses de crecimiento sostenido de la economía a un ritmo de 7% anual y la inflación parece converger sin problemas a tasas del orden del 3%.
Por eso el gobierno se pone metas altas, y recientemente el ministro Larrain las ha recordado: alcanzar un crecimiento promedio del PIB de 6% entre 2010 y 2013 y crear 100.000 nuevos emprendimientos en el mismo período; aumentar la inversión desde 21,4% del PIB a 28% en 2014; crear 200 mil nuevos empleos al año entre 2010 y 2014 y capacitar 5 millones de trabajadores entre 2010 y 2013.
Esas son buenas noticias para los chilenos que disfrutarán durante los dos próximos años de un creciente nivel de bienestar, con las remuneraciones reales creciendo, precios de los activos que se valorizan y aumentos en el consumo. Pero como todo en la vida, esto también tiene un lado negativo. Como producto de la prosperidad, la moneda chilena está en un decidido proceso de apreciación que hace caer el valor del dólar en nuestro país. Ello perjudica a las actividades exportadoras y sustituidoras de importaciones, bienes transables, al mismo tiempo que contribuye al boom de los bienes no transables, que probablemente van a tener un alza sostenida de precios.
El problema es que esto afecta la competitividad de nuestra economía. Competimos con desventaja frente a países cuya moneda no se aprecia o se aprecia menos, ya que nuestros productores reciben menos dólares por cada unidad de la moneda nacional. Este fenómeno lo hemos vivido los chilenos antes, y también muchas otras economías que entran en un ciclo de prosperidad. El problema es que este estado de cosas no dura para siempre y cuando los términos de intercambio se revierten, los países se ven obligados a hacer bruscos ajustes que causan malestar en la población pues se debe recortar el gasto público y privado, caen los salarios reales y los precios de los activos.
No se trata de ser catastrofistas, sino simplemente de consignar que los ciclos existen y son inevitables. La pregunta pertinente es ¿qué hacemos para estar preparados para ese momento?
Chile ya vivió un fenómeno semejante en el pasado reciente. En los doce años de prosperidad desde 1986 a 1997, en que Chile creció a un promedio de 7,6% anual, lógicamente la moneda chilena se apreció y el tipo de cambio real cayó 21,9 %. En ese período, no obstante, la economía chilena fue capaz de acomodar la caída del tipo de cambio mediante un importante aumento de la productividad. Esta creció a un 2,2% anual promedio durante esos años. Lo que Chile perdió de competitividad por apreciación de la moneda lo recuperó por productividad.
No podemos con esas cifras de productividad acomodar la caída del tipo de cambio que estamos sufriendo. Necesitamos, entonces, urgentes reformas que permitan dar saltos en la productividad, de manera que cuando termine el ciclo positivo estemos bien preparados.
No basta, en consecuencia, exhibir buenas cifras económicas durante estos cuatro años. Chile necesita además revertir la caída de la productividad para que nuestra economía continúe siendo competitiva, aún en períodos menos generosos.