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Lo que dice una cafetera sobre el capitalismo del siglo XXI

Pilita Clark

Por: Pilita Clark | Publicado: Lunes 19 de febrero de 2024 a las 04:00 hrs.
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Pilita Clark

Imagínate descubrir un aparato barato y simple que usas al menos una vez al día, porque funciona mejor en ofrecerte algo que deseas que todos los dispositivos caros y complicados que has probado antes.

Luego imagínate descubrir que, en todos los años que has tenido tu preciado artilugio, no lo has estado usando correctamente.

Ésta fue una de las dos cosas que aprendí al pasar una hora en Zoom la semana pasada con Alan Adler, el estadounidense de 85 años que inventó el AeroPress. Esta cafetera súper rápida que prácticamente se limpia sola se ha ganado un culto en todo el mundo desde su lanzamiento en 2005, a pesar de parecerse mucho a una gran jeringa de plástico sin aguja.

“El inventor de AeroPress ignoró gran parte del pensamiento empresarial moderno, no fue a la universidad y no sacó un MBA. Y eso lo dejó con lo que él dice es ‘más dinero del que necesito’”.

En la conferencia climática COP28 en Dubái en diciembre, conocí a personas de varios continentes que habían traído su AeroPress porque, como me dijo una mujer de Washington DC, “simplemente no puedo vivir sin AeroPress”. En una visita a Australia un poco más tarde, me sorprendió ver que estaba a la venta en todas partes, desde Alice Springs en el interior hasta la ciudad minera de oro de Kalgoorlie.

Comencé a preguntarme cómo había ocurrido este improbable éxito y decidí llamar a Adler en su casa en California y, al escucharlo hablar sobre la física de hacer café, me di cuenta del error de mi método al usar AeroPress. Había estado dejando reposar el café durante varios minutos, cuando un aspecto brillante de este aparato es que produce una excelente taza de espresso después de sólo 30 segundos.

Ése fue el descubrimiento número uno. También resulta que el triunfo de Adler con AeroPress se produjo después de que ignoró gran parte de la sabiduría convencional del capitalismo del siglo XXI sobre cómo administrar una empresa y lugar de trabajo exitoso.

Tomemos como ejemplo la forma en que comercializó el producto, o más bien cómo no lo hizo. No estoy segura de que muchos expertos en mercadotecnia de primer nivel consideren prudente llamar a una cafetera “AeroPress”. Para Adler, un ingeniero autodidacta que posee alrededor de 40 patentes, tenía sentido porque anteriormente había inventado un frisbee llamado Aerobie, que fue el nombre que le puso a la empresa de juguetes deportivos que fundó en 1984.

La publicidad que recibió después de que alguien lanzó un Aerobie a través de las Cataratas del Niágara le hizo cuestionar la necesidad de un gran presupuesto publicitario. Si hubieras comprado esa publicidad te habría costado un millón de dólares”, me dijo. “Pero sólo nos costó un poco de gastos de viaje, mucho menos de US$ 10,000”.

La publicidad también pasó a un segundo plano con el AeroPress, que Adler decidió inventar después de conversar con la esposa de su gerente de ventas sobre lo difícil que era preparar sólo una taza de café decente con una máquina de goteo.

Adler corrió la voz enviando su aparato a amantes del café y uniéndose a foros en línea para hablar sobre ello. Tres años después de su lanzamiento en 2005, los fanáticos habían organizado el Campeonato Mundial AeroPress, un concurso para ver quién podía preparar el mejor café AeroPress. En 2014, Adler dijo que estaba fabricando alrededor de 500.000 AeroPress al año y que la demanda estaba creciendo aproximadamente un 40% anual.

En este punto, con un éxito obvio en sus manos, la lógica convencional de maximización de ganancias podría haber llevado a Adler a hacer tres cosas: fabricar AeroPress en China; aumentar su precio de US$ 30; y sustituir el personal más viejo y caro por personal nuevo más barato.

En cambio, se quedó con la fábrica de California que siempre había usado y hoy en día, el precio del modelo AeroPress original todavía está por debajo de los US$ 40.

“Realmente no pensé en hacerlo más caro”, me dijo, y agregó que simplemente usó la fórmula de precios que había usado para sus juguetes deportivos. En cuanto al personal de su pequeña empresa, muchos trabajaron allí hasta que se jubilaron, para su evidente satisfacción. “Era como una pequeña familia”, me dijo.

Otra cosa que Adler no hizo fue obtener un diploma en comercio, un MBA o cualquier título. Más bien, acogió lo que él llama “la experiencia alegre” de aprender, y a pesar de que nunca fue a la universidad, se convirtió en profesor de ingeniería en Stanford.

En 2021, con la jubilación en mente, vendió la mayor parte de su negocio a la firma canadiense Tiny Capital, conservando una participación minoritaria.

Eso lo dejó con lo que él dice es “más dinero del que necesito”, suficiente para apoyar la investigación médica en Stanford y comprar todo lo que quiera de su café favorito (Yirgacheffe etíope). Lo cual no está mal para un fundador de una empresa que pasó por alto gran parte del pensamiento empresarial moderno.

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