La creciente tensión y preocupación fiscal
Rodrigo Aravena Gonzalez Economista Jefe – Banco de Chile
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Rodrigo Aravena Gonzalez
La evolución de las finanzas públicas se ha ido transformando, gradualmente, en una fuente de preocupación. Si bien no es un tema reciente, hay algunos factores coyunturales, como la discusión del Presupuesto 2024 y el deterioro de perspectivas de clasificación soberana, que justifican un análisis más detallado.
Aunque la deuda aún es baja en relación a otros países (37% del PIB), su velocidad de aumento ha sido de las mayores a nivel global. En los últimos 15 años, por ejemplo, el ratio deuda sobre PIB aumentó 10 veces, en un contexto donde desde 2013, con la sola excepción de 2022, el país sólo ha sabido de déficit fiscales. Este deterioro se dio en un contexto donde el crecimiento del PIB promedió un 3,1%, superior al 2% que se espera en el futuro cercano, razón por la cual los ingresos (y por ende el balance fiscal) estarán más presionados en el futuro.
“Parece inevitable que al menos parte de la solución pase por buscar las formas de reducir los niveles de gasto público. La historia muestra que no hay una relación directa entre mayor tamaño del gasto y crecimiento del país”.
Otra fuente de preocupación proviene de la proyección de gastos, dados los desembolsos comprometidos. De acuerdo con las proyecciones presentadas en el Informe de Finanzas Públicas de junio, para que la deuda se estabilice en torno a los 41 puntos del PIB (meta implícita de deuda fiscal), se requiere que el gasto caiga, en términos reales, todos los años hasta 2028. Es muy válido preguntarse qué tan realista pueda resultar este supuesto, considerando que el gasto ha crecido persistentemente más rápido que el resto de la economía.
Adicionalmente, se debe considerar el efecto financiero que tendrán las mayores tasas de interés, tema que va siendo cada vez más relevante dada la deuda creciente del fisco. Con el actual stock de deuda, el pago de intereses ha convergido a 1% del PIB, por lo cual una reducción del déficit requerirá en algún momento la generación de un superávit primario (es decir, que el gasto, excluyendo pagos de intereses, no supere los ingresos del país).
En este contexto, preocupa el nivel de vencimientos de deuda los próximos años, ya que sólo en 2025 y 2026 será cercano a los US$ 25.000 millones, que, de no mediar cambios importantes, se refinanciarán a tasas de interés mucho más altas (tal como ocurrió en la última emisión de Hacienda). En la medida que la deuda suba y las tasas de interés no caigan, mayor tendrá que ser el esfuerzo fiscal en el futuro.
Resulta indiscutible la necesidad de considerar medidas que reviertan esta tendencia, evitando tentaciones cortoplacistas. Por ejemplo, está el aprendizaje de 2014, cuando vimos que una reforma tributaria, por sí sola, no garantiza una mejora sostenida en los ingresos fiscales. Es más, incluso se generaron cuestionamientos sobre la complejidad del sistema y su efecto negativo en la inversión. Asimismo, establecer un límite a la deuda tampoco resuelve el problema por sí solo, ya que resta poder de acción contracíclica especialmente en ciclos negativos, toda vez que una caída del PIB limitaría el espacio de gasto.
En el actual contexto, entonces, parece inevitable que al menos parte de la solución pase por buscar las formas de reducir niveles de gasto. Si bien ello es extremadamente complejo, también debemos estar conscientes de que la historia nos ha mostrado la ausencia de una relación directa entre mayor tamaño del gasto y crecimiento del país. En suma, es fundamental que, además de buscar formas de eficientar el gasto, se implementen medidas para potenciar el crecimiento económico, lo cual constituye la fuente más robusta de recaudación fiscal, incluso más que los tributos (un 20% de 100 recauda más que un 30% de 50, por ejemplo). En la medida que más se dilate este tema, más doloroso será el ajuste.