Gergiev, Putin, la guerra y la cultura
Carmen Gloria Larenas Directora general Teatro Municipal de Santiago
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Carmen Gloria Larenas
La invasión de Ucrania por parte de Rusia nos alejó del modo Covid para enfrentarnos otra vez a una crisis que ha ido escalando. Lo que al principio concentró la atención como un gran problema de seguridad europea, hoy ha sumado focos como el económico (alzas de precios de productos claves en las canastas básicas como el trigo y los combustibles, que acumulan un alza de más de 20% en el último mes) y también -y de diversos modos-, el cultural.
El mundo cultural internacional ha manifestado con claridad su opinión respecto de este conflicto. Y ha tomado medidas. En el área clásica, las casas de ópera, las orquestas y las compañías de ballet, entre otros, sumaron una reacción ampliamente relevada por los medios de comunicación: la cancelación de contratos a artistas rusos. Directores perdieron el podio de importantes orquestas (Valery Gergiev el de la Orquesta de Múnich), cantantes se auto-marginaron de producciones (Anna Netrebko) o por decisión de las direcciones de los teatros; y el público, involucrado como siempre, abucheó la presencia de algunos en funciones diversas.
Por otra parte, bailarines rusos o de otra nacionalidad que pertenecían a compañías de ballet de ese territorio, decidieron dejar sus apetecidas posiciones para emigrar, por ejemplo, a Países Bajos, al Het Nationale Ballet (Olga Smirnova, Jacopo Tisi). Y como guinda de la torta, quienes no podían cancelar la participación de algún artista ruso, recurrieron, como en Zagreb, a sacar del repertorio de un concierto programado una obra de P.I. Tchaikovsky.
Más allá de la condena sin matices a una guerra que deja dolor y pérdida de vidas, vale la pena preguntarse si cualquier artista, por el hecho de ser ruso, debe ser cancelado. Del pasado y del presente. Y La respuesta es no.
Es absurdo pensar que el punto de quiebre es la nacionalidad. Sí debe serlo la relación establecida por algunos artistas con el régimen de Putin y su figura, mediante la defensa abierta de sus acciones (por ejemplo, la carta firmada en 2014 en apoyo a la anexión de Crimea) y profitando profesional y personalmente de esa relación. Un claro ejemplo es el del director de orquesta Valéry Gergiev, conocido como el Zar del Teatro Mariinksy. Es sabido que la cercanía con el presidente de Rusia le ha permitido hacer realidad sueños profesionales -que hemos aplaudido- y también otros personales: la revista Forbes estima que tiene una fortuna de 16,5 millones de dólares. Una parte significativa de esta cantidad se compone de ingresos no sólo de actividades musicales, sino también de una participación en Eurodon, que es el mayor proveedor de carne de pavo en Rusia. ¿Puede el artista separarse de la figura de Putin y sus acciones? Claro que no.
Sin embargo, quienes no han apoyado ni directa ni indirectamente las acciones de Putin, no deben ser expuestos a una condena tan absoluta. El mundo artístico es internacional e interconectado y unos y otros se nutren de las historias y tradiciones de países tan parecidos como disímiles. Así lo muestra la historia. Una cosa es condenar sin ambages los afanes expansionistas de un líder político. Otra, muy diferente, es asumir que todo un pueblo - y sus artistas - comparten esas ambiciones. La cultura rusa no puede ni debe ser cancelada. Sería negar la historia.