Hacía tiempo que un debate entre economistas académicos no atraía tanto el interés de la prensa convencional como la seguidilla entre Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, por un lado, y Paul Krugman, por otro. De hecho, se ha convertido incluso en pasto para las comedias televisivas.
La discusión está relacionada con un influyente trabajo escrito en 2010 por Rogoff y Reinhart para demostrar que existe una relación entre los elevados niveles de deuda pública y un menor crecimiento económico en el largo plazo. Un nuevo trabajo de Thomas Herndon, estudiante de posgrado en la Universidad de Massachusetts, en Amherst, y dos de sus profesores, Michael Ash y Robert Pollin, puso en dudas ese hallazgo, y Krugman lo catapultó a la fama.
Herndon, Ash, y Pollin sostienen que los resultados obtenidos por Reinhart y Rogoff se basan en errores de cálculo y métodos estadísticos cuestionables. Pero, después de esas objeciones, su trabajo debilita pero no refuta el resultado central del texto de Reinhart/Rogoff. Entonces, ¿por qué tanto escándalo?
Presumiblemente, el debate es importante porque tiene supuestas implicaciones para la elección entre la reducción del déficit y la aplicación de estímulos a la economía americana en este momento. Krugman quisiera que leamos el trabajo en el contexto del debate entre keynesianos y lo que el llama “austeridanos” -quienes proponen austeridad fiscal para contener la espiral de deuda gubernamental.
El trabajo de Reinhart/Rogoff brinda evidencia mundial a favor de la postura que sostiene que la elevada deuda pública puede tornarse un problema y que los países deben evitar situarse en una posición vulnerable. Pero el debate subsiguiente no arroja luz sobre si los responsables de políticas deben hacer caso omiso a los niveles de deuda cuando sus economías están deprimidas, como recomienda Krugman. La gran deuda feroz existe y el mundo está lleno de ejemplos en los que ha salido de su guarida para hacer estragos.
Pensemos en España. Cuando la crisis de 2008 hizo erupción, el G-20 se reunió en noviembre de ese año para coordinar una respuesta keynesiana. Todos los países miembro debían luchar contra la recesión en ciernes estimulando sus economías mediante una expansión fiscal simultánea. Pedro Solbes, ministro de economía español en ese momento, ordenó rápidamente acelerar la inversión y el gasto públicos.
Para la primavera de 2009, sin embargo, Solbes se vio obligado a revertir su curso. Ante el colapso de la recaudación impositiva y el crecimiento del gasto, el gobierno se encontró con déficits de magnitud tal que asustaron a los mercados. ¿Dónde quedaron las bajísimas tasas de interés que deben caracterizar a los períodos de débil crecimiento y alto desempleo?
El nivel de la deuda pública es una variable importante y su composición en monedas, más aún. Estados Unidos goza de la envidiable posición de emitir deuda en su propia moneda. La Reserva Federal puede crear tantos dólares como considere necesario para comprar deuda gubernamental. Además, como moneda de reserva mundial, el papel del dólar en la economía global es muy particular.
Japón también puede financiar sus déficits, a pesar de su astronómica deuda pública, porque toma créditos en yenes -y en abrumadora mayoría, de inversionistas institucionales japoneses.
Por el contrario, la deuda española se emite en euros, una moneda que España no puede imprimir y que en buena parte está en manos de extranjeros. Y muchos países con mercados emergentes se encuentran en una situación similar. En un trabajo reciente con Ugo Panizza, del Instituto de Posgrado de Ginebra, mostramos que luego de la crisis de 2008, los países emergentes que lograron implementar políticas anticíclicas keynesianas propugnadas por Krugman, tenían bajos niveles de deuda en moneda extranjera. Solo porque fueron «austeridanos» antes de la crisis, pudieron permitirse ser keynesianas después de ella.
A pesar de las debilidades que se hayan encontrado en el trabajo de Reinhart/Rogoff, no se puede concluir que los países en recesión pueden despreocuparse de los déficits y niveles de deuda, y centrarse en el estímulo fiscal. Quizás sea una recomendación adecuada para EEUU hoy, pero como criterio general universal es simplemente errado.
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