La famosa campaña publicitaria de un banco, en que el actor Fernando Larraín representa al mencionado mes, captura muy bien la ansiedad y preocupación que su aparición nos provoca.
De hecho, los últimos días de febrero se parecen bastante a esos minutos que transcurren cuando nos despertamos antes de que suene la alarma. Se trata de momentos preciados, queremos aprovecharlos al máximo y que no se acaben; sin embargo, sabemos que inexorablemente pasarán más rápido de lo que deseamos. Finalmente, tendremos que asumir que ha llegado el momento de dejar la tranquilidad del descanso y volver a nuestras tareas y preocupaciones cotidianas.
Lo mismo ocurre a nivel país. En el período estival los temas de debate público se reducen a una mínima expresión y son reemplazados por las noticias y anécdotas del Festival. Pero al iniciar marzo todo cambia, comenzando con el tráfico que vuelve a tornarse caótico y reflotan los temas que quedaron pendientes.
Entre estos últimos, los problemas en educación superior se harán palpables para miles de estudiantes universitarios que reiniciarán sus clases con la ingrata novedad de que sus instituciones ya no están acreditadas. Si bien los alumnos antiguos de estas universidades no pierden los beneficios de becas ni el crédito con aval del Estado (CAE), el efecto en términos de reputación es sin duda devastador. Lo anterior es aún más relevante si se considera que entre las instituciones que recientemente perdieron la acreditación está la Universidad de las Américas, ligada al grupo Laureate, que en 2013 tenía el segundo mayor número de alumnos del sistema universitario chileno.
En la actualidad, del total de 59 universidades en el país, 5 nunca se han presentado ante la Comisión Nacional de Acreditación (CNA), 10 han perdido la acreditación y 6 están acreditadas por sólo 2 años de un máximo de 7. Esta mayor tasa de rechazos ha llevado a que algunos rectores de otras universidades privadas critiquen públicamente la gestión de la CNA bajo la presidencia de Matko Koljatic, quien asumió tras el escándalo de corrupción que puso en tela de juicio el sistema de acreditación nacional. Sin embargo, estas críticas parecen injustificadas y extemporáneas, no sólo por la destacada trayectoria académica e independencia de su presidente, sino porque justamente el rol de la CNA debe ser el asegurar la viabilidad académica y financiera de cada institución a través del análisis detallado y riguroso de la información disponible. Eso es lo que la sociedad espera cuando está en juego la fe pública. Con ello, se evitarán situaciones como la vivida con la Universidad del Mar, hoy en proceso de cierre, y el tremendo daño causado a miles de jóvenes y sus familias que vieron truncados sus sueños y esperanzas.
Por lo anterior, sería altamente conveniente que el próximo gobierno mantenga la actual conformación de la CNA, dándole continuidad y ratificando su carácter eminentemente técnico.