Economía chilena: pronóstico reservado
Luis Larraín Libertad y Desarrollo
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Luis Larraín
La reciente decisión unánime del Consejo del Banco Central de rebajar la tasa de política monetaria en 0,75 puntos (de 10,25% a 9,5%) en su reunión de la semana pasada, coincidió con las expectativas de la mayoría de los analistas. Parece una decisión prudente, atendida la complejidad de una economía que requiere un estímulo monetario que la ayude a salir de la recesión que vive en los últimos trimestres, pero al mismo tiempo no puede arriesgar un recrudecimiento inflacionario que merme aún más los ya alicaídos presupuestos familiares, afectados por el aumento de los precios del año pasado en 12,8%, el mayor registrado en los últimos 30 años.
Después de que el 31 de julio pasado el Banco Central rebajara la tasa en 100 puntos base, el mercado especuló que ese podía ser el ritmo de disminución en las sucesivas reuniones del Consejo, para converger a una tasa de política monetaria del orden del 7,5% hacia fines de año, suponiendo que la autoridad monetaria aspiraría a no alejarse mucho de una inflación de 4% anual en 2023.
“Los esfuerzos de la autoridad monetaria para aliviar al paciente deben ser acompañados de otros que ataquen las enfermedades de base que le aquejan. Pero las autoridades económicas no han dado con los tratamientos adecuados”.
Pero Chile no está solo en el mundo y la evolución de las principales economías nos trajo a la realidad, al constatar que nos encontrábamos más adelantados que Estados Unidos y Europa en el ciclo de relajamiento de la política monetaria necesario luego de las expansiones monetarias durante la pandemia. En efecto, la economía de EEUU muestra un mercado del trabajo dinámico (gracias a una flexibilidad laboral que aquí en Chile trabamos cada vez más) y una inflación que no ha cedido en la medida que la Fed esperaba. Por eso, para ellos la decisión de mover la tasa de política monetaria (5,5%) no es a la baja, sino que probablemente deban subirla al menos una vez más antes de empezar el ciclo de baja. Algo parecido ocurre con Europa, donde el BCE está aún en un ciclo de alza de tasas.
Como se sabe, las decisiones de subir las tasas de interés que toman los bancos centrales van usualmente acompañadas de un fortalecimiento de sus monedas y eso ha ocurrido particularmente en la economía más grande del mundo. Ello empezó a tener efectos durante agosto en nuestro tipo de cambio, que tuvo tendencia al alza afectando los precios internos, lo que se vio reforzado por aumentos en el precio del petróleo.
Como el mandato del Banco Central es la estabilidad monetaria, causó preocupación en los consejeros que estos movimientos pudieran retrasar la convergencia de la inflación al 3% más allá de 2024. Así, la prudencia aconsejaba una rebaja de 75 y no de 100 puntos base y el mercado empieza a asimilar después del IPOM que la tasa de política monetaria a la que aspirará la autoridad a fin de año será de 7,75% (dos bajas de 75 puntos base en octubre y diciembre) o incluso 8%, para así lograr sus metas inflacionarias.
En el mundo privado algunos opinan que la relajación de la política monetaria debiera ser mayor, dadas las debilidades de la economía chilena que, según los pronósticos, no crecería este año. Pero ocurre que los esfuerzos de la autoridad monetaria para aliviar al paciente deben ser acompañados de otros que ataquen las enfermedades de base que le aquejan. Y resulta que las autoridades económicas del país, que habitan en Teatinos 120, no han dado con los tratamientos que permitan a la economía chilena su recuperación. La inversión caerá este año producto de incertidumbre, exceso de permisología y amenazas de reformas que suben los costos de producción alentadas por el propio Gobierno.