DF Conexión a China | La hipocresía comercial de China
RANA FOROOHAR© 2024 The Financial Times Ltd.
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RANA FOROOHAR
La definición de locura es hacer lo mismo, una y otra vez, y esperar resultados diferentes. Es un patrón que parece relevante para los titulares recientes, incluyendo la reunión de Xi Jinping en Beijing con más de una docena de directores ejecutivos estadounidenses, en un intento por calmar sus preocupaciones en cuanto a hacer negocios en el país.
Esta reunión tuvo lugar cuando EEUU y el Reino Unido acababan de imponer sanciones a piratas informáticos a los que acusan de un largo esfuerzo patrocinado por China para insertar programas maliciosos en la red de energía eléctrica y en los sistemas de defensa estadounidenses; y cuando China acaba de anunciar nuevas directrices para bloquear los chips de Advanced Micro Devices, Inc. (AMD) y de Intel en sus computadoras y servidores gubernamentales.
“Quejarte del proteccionismo estadounidense ante la Organización Mundial de Comercio, mientras proteges tu propia economía, es ciertamente irónico”.
También se produce cuando la preocupación mundial por el “dumping” — la exportación de productos debajo del costo de producción — de vehículos eléctricos (VE) chinos está por las nubes; y cuando Beijing ha acudido a la Organización Mundial del Comercio (OMC) para impugnar la emblemática Ley para la Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) de la administración Biden.
Sobre este último punto, todo lo que puedo pensar es: ¿en serio? ¿Hay alguien que no vea la hipocresía de que China impugne los créditos fiscales que apoyan a los productores estadounidenses de energía limpia por infringir las normas de la OMC, cuando su modelo económico completo se beneficia de un doble rasero en el que todo el mundo parece aceptar sus propias políticas extremadamente discriminatorias? Al fin y al cabo, la economía china se basa en planes quinquenales que establecen subvenciones durante décadas y en un cerco proteccionista para las industrias más estratégicas, incluyendo, entre otras, las energías limpias, las telecomunicaciones y la inteligencia artificial (IA).
Este enorme problema se esconde a plena vista. La palabra “proteccionismo” tiende a surgir sólo cuando EEUU o Europa intentan imponer aranceles o subvenciones para proteger sus propias industrias. Esto es cierto incluso cuando es por buenas razones estratégicas, como el cambio climático o la economía verde.
Y, sin embargo, cuando viene de China, el proteccionismo se entiende como el “statu quo”. El resto del mundo parece simplemente aceptar que éste es el punto de partida del capitalismo de Estado chino; suspiramos y nos sentimos profundamente ansiosos, todo mientras esperamos, contra toda esperanza, que algo en este panorama cambie.
Sin un nuevo enfoque, nada va a cambiar. La naturaleza completa de la economía política de China va en contra de los supuestos de libre comercio de la OMC, por no mencionar el Consenso de Washington, el cual sostenía que las naciones emergentes simplemente se alinearían perfectamente con las normas de libre mercado escritas por las potencias occidentales. Sabemos que no ha sido así.
También los europeos, como tantos directores ejecutivos estadounidenses, durante mucho tiempo han sido voluntariamente ciegos ante el hecho de que el modelo de comercio mundial y las instituciones que lo sustentan no están hechos para hacer frente a la realidad actual. Pero puede que estemos en un punto de inflexión.
Como me dijo Katherine Tai, la representante comercial estadounidense, la semana pasada, “la preocupación existencial de Europa por los efectos del ‘dumping’ de los VE chinos ha alcanzado un punto álgido”. Mientras tanto, los países en desarrollo, incluyendo muchos de África, “están pidiendo más espacio de políticas, porque China lo consigue”. Traducción: si China puede incumplir las normas, ¿por qué nosotros no?
Esto, junto con el nuevo plan de estímulo para la fabricación china, que está a punto de inundar el mundo con aún más productos baratos, no hará sino seguir exponiendo las grietas del actual sistema comercial. Cada vez está más claro que las normas de la OMC son una camisa de fuerza para todos, menos para China.
¿Cómo podemos llegar a un lugar mejor? No en la OMC tal como existe actualmente, ya que se ha convertido en un centro de disputas tecnocráticas y gestos políticos para audiencias nacionales. Personalmente, me gusta la idea de empezar de cero y reunir a un grupo central de países deficitarios y superavitarios — EEUU, el Reino Unido, Canadá, Australia, China, Alemania, Corea del Sur y Taiwán, entre ellos — para reconocer que necesitamos instituciones nuevas y específicas en las que se pueden resolver disputas.
Las normas de cualquier nuevo sistema deben dar cabida a diversas economías políticas. Debe entenderse que los países tienen el derecho — de hecho, la necesidad — de proteger su propia estabilidad económica y política a nivel nacional, aunque participen en el comercio mundial. Estas cosas no deberían ser excluyentes; ésa es la mayor lección de la propia historia de desarrollo de China.
No será un proceso sencillo. Pero cada día aporta más pruebas de que el antiguo sistema no está funcionando. Hemos llegado al límite de un modelo en el que el capital barato buscaba mano de obra barata sin importarle los costos. Eso nos ha traído una escasez de productos farmacéuticos y querellas interminables y beligerantes dentro de la OMC, junto con la desconfianza popular en Gobiernos y líderes empresariales que se niegan a admitir lo obvio: que tenemos que hacer algo diferente.