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Columnistas

Consecuencia de vida

Por: Equipo DF

Publicado: Lunes 10 de marzo de 2014 a las 05:00 hrs.

En una de sus alocuciones el Papa Francisco llamó a ser “facilitadores de la fe”; testimonear una fe viva, despierta, una fe mariana. Una fe “que hace locuras”, que se atreve a remar contracorriente y a entusiasmar a los tibios y pusilánimes. Llamó a tener una fe que hace cosas, que enciende, que se mueve, que anima, que peregrina; una fe articulada por el amor al prójimo, por el servicio, la “projimidad” como dice él. “Nuestra fe es precisamente creer en Jesús que nos ha enseñado el amor y nos ha enseñado a amar a todos. Y la prueba de que nosotros estamos en el amor es cuando rezamos por nuestros enemigos”.



No se puede vivir sin creer. Uno se “desespera” cuando no tiene un aliciente que se ubique más allá de lo inmediato. Hay un pasaje de los evangelios particularmente conmovedor: el del ciego de Jericó, que es reprendido por los discípulos porque gritaba a Jesús: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. El Evangelio dice que ellos no querían que gritase, que no gritase más. Pero el ciego gritaba cada vez más ¿Por qué? Porque él tenía fe en Jesús. Quien cree se aventura a lo imposible, hace locuras, es capaz de mover cielo y tierra por esa fe.

El peligro de la fe es volverse legalista, quedarse en las formas; “cumplir” simplemente. Un pseudo y frío amor de formas que no tiene nada que ver con la fe. Conozco gente que “cumple” lo que pide la fe católica, pero está lejos de ser un verdadero creyente. Puras formalidades que más dan pena y provocan escándalo que un verdadero testimonio de fe.

La fe se muestra en las obras, en la vida concreta, fuera de las paredes de las iglesias. Cuando nos encontramos seguros en las comunidades religiosas, capillas, colegios y demases, es fácil creer. El punto es creer y vivir esa fe en las oficinas, en el trabajo, en las fábricas, en las relaciones laborales, en la vida académica y profesional. La carta de navegación para un cristiano son las bienaventuranzas y el padrenuestro, resumen de la vida de fe y consecuencia práctica de ello.

Para otros, serán otros los parámetros. Pero estas dos oraciones bien valen como inspiración de vida universal, ya que tocan lo más plenamente humano: el darse a otros y planificar la vida de los demás: hacerla más digna, humana, feliz.

Quienes creemos, tenemos una gran responsabilidad: ser consecuentes en la vida cotidiana con la fe que profesamos. Las palabras sobran. Ya nadie las escucha. Lo que falta son testimonios y ejemplos de carne y hueso. Y lo mejor de esto es que, el serlo, redunda en una vida mejor, más feliz y humana.

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