Compromisos para la gobernabilidad
FERNANDA GARCÍA G. Faro UDD
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FERNANDA GARCÍA G.
La relación entre gobernabilidad y elecciones populares es compleja y, a menudo, conflictiva. La primera, es requisito indispensable para el crecimiento y el bienestar social. Las elecciones, por su parte, son la base de la democracia formal que gobierna la sociedad libre. Se trata del mecanismo a través del cual los ciudadanos expresan su voluntad.
La fuente evidente de tensiones entre ambas es evidente. Las elecciones, por su naturaleza, generan expectativas. Los ciudadanos acuden a las urnas con la esperanza de que su voto traiga aparejado cambios significativos en la dirección del país. Cuando estas expectativas no se cumplen, la frustración se transforma rápidamente en desconfianza institucional, y deslegitimación democrática. Esta desconfianza no solo afecta la gobernabilidad, sino que lleva a la polarización social y a la inestabilidad política.
“Las elecciones generan expectativas y cuando éstas no se cumplen, la frustración se transforma en desconfianza y deslegitimación democrática”.
Pero si bien el margen de frustración democrático es hasta cierto punto inevitable, éste puede ser de diversa envergadura, y ser canalizado de mejor o peor manera. ¿Cómo atenuar y canalizar el inevitable margen de frustración ciudadana que sigue a un proceso eleccionario como el de este fin de semana?
Por una parte, es fundamental que los líderes que resultan electos entiendan que su responsabilidad comienza el día de las elecciones. La gobernabilidad implica responder a las demandas de la ciudadanía, implementar políticas inclusivas y trabajar en la construcción de un entorno de diálogo y consenso. Quienes no resulten electos, deben guardar una actitud respetuosa del resultado, que guíe adecuadamente a sus votantes. Por el contrario, la descalificación permanente, la ridiculización del adversario derrotado en urnas, y la lectura tendenciosa y sesgada del resultado electoral no contribuyen en este sentido ni convocan al electorado al nuevo ciclo que comienza. Asimismo, la desconexión entre lo prometido en campaña y lo que se hace en el ejercicio del cargo acelera los procesos de desafección ciudadana, alimentando un ciclo de inestabilidad.
Por otra parte, autoridades y medios de comunicación, líderes políticos, sociales, deportivos y culturales, deben ser conscientes de que su responsabilidad es explicar con elocuencia y cercanía al ciudadano común, que la gobernabilidad no depende solo de quienes ocupan el poder. Es labor de los medios de comunicación educar a los electores, explicando que las elecciones no son un fin en sí mismas, sino un medio para alcanzar una gobernabilidad efectiva. Por otro lado, las autoridades necesitan también enfatizar este discurso, explicando a las personas que ellas son titulares de derechos, pero que por lo mismo les corresponden importantes responsabilidades en el ejercicio ciudadano.
Es preciso reemplazar el discurso que victimiza al ciudadano, por uno que lo empodera desde la responsabilidad y el compromiso cívico. Cumplir la ley, pagar las deudas, educar en el deber, y condenar (sin excepciones) la violencia escolar, respetar el orden público y validar el monopolio estatal del uso de la fuerza, postergar la satisfacción inmediata en pos de un bienestar ulterior, en fin. La construcción de un relato ciudadano maduro y responsable, y de un relato político inclusivo y convocante, es responsabilidad de los líderes electos o no, y requisito fundamental para que la gobernabilidad funcione. Un electorado maduro e informado, y no infantilizado, es el mejor antídoto contra la polarización populista.