Paradójicamente, el hecho de que se destapen casos de abusos y malas prácticas empresariales a través de la prensa, y que éstos sean investigados y sancionados por la autoridad competente, es una buena señal. Lo es porque significa que en Chile están funcionando las instituciones que velan por un mercado verdaderamente competitivo y más transparente. Y son las imperfecciones del mercado -por falta, exceso o malas regulaciones- las que destruyen las bondades de un sistema económico de libre mercado y dan cabida a casos de rentas abusivas que terminan minando, con generalizaciones injustas, la reputación de la empresa y del empresario.
En los países maduros no prevalece la lógica del más fuerte. Los actores sociales de diversos ámbitos no se dejan amilanar por el poderoso (provenga del mundo político, empresarial o social). Son sociedades en las que se exige transparencia total, especialmente a quienes detentan roles de alta responsabilidad.
Apostamos a que estas denuncias contribuyan a un cambio cultural en el cual los valores recuperan el terreno perdido frente al pragmatismo y el utilitarismo, y donde la libertad ya no es libertad total, sino que sólo cobra sentido si es una libertad responsable, encaminada al bien común. Esta es una gran aspiración para quienes creemos que el modelo social de libre mercado favorece el crecimiento y desarrollo social, pero al mismo tiempo requiere de ajustes, ya que siempre sus reglas del juego son susceptibles de ser revisadas y mejoradas.
Lo que estos casos confirman además, es que no basta sólo con mejores regulaciones, mejor fiscalización y sanciones ejemplificadoras. Es necesario, más que nunca, una adecuada formación ética de las conciencias de quienes lideran empresas y equipos de trabajo, para poder medir el amplio alcance e impacto de cada una de sus decisiones, grandes y pequeñas. Esto no se logra sólo con un curso de ética en la universidad. Se trata de una virtud que se alcanza con la práctica. Y dichas prácticas se desarrollan, de modo más natural, en climas virtuosos donde los líderes marcan la pauta y los directorios no asfixian a sus ejecutivos con metas de corto plazo cada vez más difíciles de alcanzar, pasando por alto cómo se consiguen. Sin la ética debida, los fundamentos del modelo de libre mercado ven amenazada su legitimidad moral y social.
Cuando una empresa o un grupo de sus directivos incurren en una mala práctica, sería bueno asumir dos actitudes. Primero, rechazarla con decisión tras ser acreditada y sancionada por la autoridad competente; de ninguna manera esto implica juzgar a las personas involucradas cuyas intenciones y circunstancias no conocemos: son sus actos los que son enjuiciables. Segundo, revisarnos a nosotros mismos y a nuestra empresa, industria o sector de negocios: qué distorsiones pueden existir, en qué aspectos no se está velando por el bien común y por la dignidad de las personas.
Las sanciones económicas, las debidas compensaciones a clientes o cualquier público de interés afectado, deben ir aparejadas de una sanción moral y de una comunidad empresarial que quiere que todos sus miembros sean la mejor versión de sí mismos. En el mundo de la empresa, “no verse la suerte entre gitanos” nunca debiera tener cabida. Esto no se logra minimizando eventuales faltas de sus miembros, o mirando para otro lado, sino enfrentándolas, otorgándoles su debida importancia.
A quienes transgreden y son sancionados, también se abre una oportunidad a un nuevo comienzo. Son varios los casos de empresas que hoy gozan de impecable reputación corporativa, que también cometieron errores en el pasado y aprendieron su lección.
Por último, frente al escándalo que provocan estos casos de abusos por parte de algunas empresas, la opinión pública no puede dejar de mirar el puzle completo. Lo que se persigue es sancionar y corregir, resarcir el daño causado y mejorar las reglas del juego. No se busca liquidar a la empresa que erró. Los consumidores siguen necesitando los productos y servicios que ofrece, sus colaboradores y sus familias dependen de sus trabajos, el fisco requiere sus impuestos y los proveedores cuentan con ese cliente para subsistir. No se busca hacer desaparecer a la empresa, sino al contrario, fortalecerla para beneficio de toda nuestra sociedad.