Señor Director:
En relación al caso La Polar, en un artículo reciente se habla sobre la posibilidad que las AFP tengan que indemnizar a los afiliados. Me ha llamado una vez más la atención que este tipo de situaciones no estén claramente establecidas desde el punto de vista legislativo y se hable de “posibilidad”. Es claro a mi entender, que los incentivos deben estar bien puestos para que los intermediarios funcionen adecuadamente en un mercado. Las AFP son un intermediario que administran dineros de terceros, estamos hablando de un número no despreciable de chilenos que formamos parte del sistema de fondos de pensiones, y que deben estar regulados con especial cuidado y con claros incentivos y penalizaciones frente a situaciones como las que se han vivido a raíz del caso La Polar. Lo menos que debieran hacer los dueños de las administradoras o quienes resulten responsables de no haber resguardado los intereses de los verdaderos accionistas a quienes representan todos los chilenos aportantes a los Fondos de Pensiones, es responder económicamente frente a ellos y especialmente a todos aquellos que se jubilaron en los días en que la acción llegó a caer en más de un 70%, lo cual se tradujo en una menor pensión para esas personas. Es lamentable escuchar que se hable de bajo perjuicio a nivel agregado. Claramente a nivel agregado se puede decir que la cifra no es relevante, sin embargo, estamos en un sistema de capitalización individual, donde lo que pase con la pensión de una persona es absolutamente relevante pues corresponde a sus fondos personales y no a un sistema de reparto de un fondo común como lo era en el pasado. Estoy muy consciente que hay varias personas perjudicadas a raíz de este problema de La Polar. En todo caso, creo que se debe indemnizar a todos aquellos que directamente tuvieran un interés sobre los activos de esta firma y que no estaban resguardados adecuadamente por regulaciones ajenas al ejercicio de su libre albedrío de monitorear a las empresas en que se invierten los recursos.
Carlos Maquieira
Decano Facultad de Administración Universidad Santo Tomás
Señor Director:
Los experimentos socioeconómicos de la última mitad del siglo XX nos han demostrado que el lucro es el mejor antídoto contra la ineficiencia y la ineficacia. El lucro permite que gente con capital, inteligencia y capacidad de trabajo se involucre para mejorar los productos y servicios de las instituciones. Por algún motivo, en Chile tenemos mucha tolerancia con la ineficiencia, pero muy poca con el lucro. Todas las estadísticas muestran los paupérrimos resultados de los liceos estatales, cuyos recursos efectivos por alumno en muchos casos superan a los que manejan los colegios privados y/o subvencionados. En pleno siglo XXI los liceos estatales tienen enormes limitaciones para evaluar a los profesores, y ni hablar de hacer diferencias en sus carreras profesionales de acuerdo a su desempeño. Pero contra esta aberrante ineficiencia nadie protesta. Pero si vemos a alguien ganado dinero, entonces llenamos las plazas. A todos nos gustaría que las instituciones educativas fueran efectivas, eficientes y sin fines de lucro. Lamentablemente eso sólo existe en honrosas excepciones, pero no como regla general. Entonces, entre la alternativa del lucro vs la ineficiencia, me quedo con el lucro, por lo menos hasta que encontremos un antídoto mejor…
Javier Moreno-Hueyo
Señor Director:
Puede que no sean las mejores propuestas, pero los anuncios que hizo el martes en la noche el presidente Sebastián Piñera demuestran que por lo menos se está haciendo un esfuerzo. Por ello, los estudiantes y los profesores, más que rechazar al primer minuto lo que se está proponiendo, podrían hacer el intento de llegar a un consenso. Es cierto, todo es perfectible, pero tampoco de trata de abocarse sólo a este tema. El país enfrenta una serie de problemas, que son propios de una nación que aún es subdesarrollada -aunque a algunos les duela serlo todavía-, por lo que las necesidades que hay que resolver son amplias. No somos como los países escandinavos, somos latinoamericanos y aún tercermundistas.
Juan Carlos Villanueva