Señor Director:
En su carta “Ser socialista”, escrita sin duda con las mejores intenciones, Gabriel Guiloff intenta una ironía, pero, implícitamente, comete el grave error conceptual de creer que el “socialismo” es acerca de fines (y le asigna varios nobles fines, que por ser universalmente aceptados, son fines de todos) y no de medios (el colectivismo y la opresión para lograrlos). Sin quererlo, le hace así un cierto homenaje al socialismo (“que fines tan nobles”) y contribuye a la profundización de la confusión en esta tierra de confusiones. Para entender mejor el error, he parafraseado la carta Guiloff, alterando socialismo por nazismo y fines igualmente universales y nobles: “Qué difícil pregunta aquella que plantean siempre los nazistas -incansablemente, desde la caída del bunker- en sus congresos clandestinos. ¿Qué significa hoy ser nazista? Porque si significa tener siquiera alguna nostalgia del estrepitoso fracaso de la economía centralizada y el desprecio a la democracia, ser nazista es ser un dinosaurio. Pero si ser nazista significa tener siempre el foco en la patria, amarla con pasión, promover el pleno empleo, adorar la naturaleza y luchar siempre por una patria mejor, todo lo anterior en el contexto de la economía de mercado y el crecimiento económico, digámoslo urbi et orbi Sr. Director, ¡todos somos nazistas!”
Tomás Anderson
Señor Director:
Afirmar que si no se aprueba Hydroaysén conduciría a apagones en diez años más, que es lo que demoraría dicho proyecto, es inexacto. En la mitad de ese plazo podrían estar operando centrales térmicas a carbón en la costa del desierto nortino aportando lo que se quiera en energía y frente a las minas que son las grandes demandantes, con líneas eléctricas inofensivas. Se dice que esa energía es menos “limpia” que la hidroeléctrica, lo que es discutible. La supuesta “limpieza” hidroeléctrica no considera contaminante inundar terrenos míticos a nivel mundial, como es la Patagonia, ni atravesar Chile con torres de alta tensión, en cambio considera contaminante emisiones de carbón en pleno desierto que el viento dispersa y que en Chile no ocasionan daño alguno. Algunos ecologistas que también se oponen a las centrales a carbón, argumentan que éstas contribuyen al “efecto invernadero” del planeta. Como chilenos creo que debemos elegir aquella alternativa que a nuestro país ocasione el menor perjuicio y no confundirnos ni pretender aliviar situaciones mundiales a grave costa nuestra, sobre todo considerando la minúscula proporción que a ese fenómeno estaríamos contribuyendo frente a lo que aportan otros países. Hace rato que estamos errando en materia energética, baste recordar el gaseoducto y el gas de Argentina, supuesta eterna panacea hace diez años.
Juan Ariztía Matte
Señor Director:
Permítame preguntar, ¿Cuál será la opinión de los senadores Horvath y Girardi (sin olvidar quienes votaron por ellos) una vez que les suba la cuenta de la luz?
Alfonso Herreros Besa
Señor Director:
En la actualidad es aceptado a nivel internacional que existe una relación directa entre crecimiento económico y consumo energético. Esta premisa permite entender la preocupación que ha tenido Chile respecto a la necesidad de asegurar un abastecimiento energético que le permita en el menor tiempo posible conseguir el tan ansiado desarrollo. No obstante, este objetivo tiene costos asociados importantes, los que en el caso del proyecto Hidroaysén no fueron considerados en su real magnitud por parte de las autoridades que participaron en la votación y que a su vez fueron minimizados por los responsables del proyecto en función del cumplimiento de una normativa medio ambiental poco exigente que ha sido instrumentalizada, permitiendo burlar al sistema a través de una interpretación y cuantificación del impacto sobre el entorno que no se condice respecto a su real cualificación.
Pedro Díaz Polanco
Director Ciencias Políticas y Gestión Pública Universidad San Sebastián