Descartes de la agroindustria se transforman en nuevo nicho de negocio
Universidades y centros de investigación lideran proyectos a partir del almidón de la papa, orujo de la uva o el rastrojo del trigo, para usos en cosmética, farmacéutica y nutrición.
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Por Francisca Orellana Lazo
El orujo de la uva tiene altos niveles antioxidantes; la piel del tomate ayuda a prevenir enfermedades cardiovasculares; el rastrojo del trigo es rico en nutrientes, y el suero de la leche tiene lactoferrina, una proteína que se utiliza para “suplir” la leche materna, de alto valor y apetecido por la industria farmacéutica.
Pese a estas bondades, estos insumos que surgen como residuo del proceso productivo de la industria agrícola, terminan como desechos -mezclados con plásticos o riles- o, en su mayoría, como materia prima para generar biomasa, la que si bien tiene un impacto medioambiental positivo, no aumenta la productividad ni le da valor agregado al sector.
No obstante, está surgiendo un nuevo nicho de negocio: ya se están separando estos ingredientes para comercializarlos a otras industrias a valores, incluso, hasta diez veces superiores a su uso como compost.
Universidades y centros de investigación, en alianza con empresas, están detrás de una cartera de más de 15 proyectos, que buscan explorar y evaluar el potencial de los descartes y las inversiones que se requieren para su extracción temprana y escalamiento industrial.
Flavio Araya, director de Estándares Productivos de Fundación Chile (FCh), acota que el sector genera (según cifras del ministerio de Agricultura a 2012) 7 millones de metros cúbicos de residuos líquidos al año, principalmente, de conservas y congelados, y descartes sólidos por más de 1, 7 millón de toneladas, situación que está motivando este nuevo escenario. “La agricultura está afinando el uso de sus descartes y está generando un negocio fuerte en co productos y formulaciones para alimentación humana o animal, por ejemplo”, explica. FCh no se queda atrás y está desarrollando bioestimulantes a partir del descarte del salmón para suelos pobres en nutrientes.
El Centro de Estudios en Alimentos Procesados (CEAP), la U. de Talca y Sugal Chile, exploran el residuo del tomate. Al año, se generan 18 mil toneladas de tomasa, la piel y semilla de la pulpa procesada, y que hoy se destina a consumo animal a $ 6 por kilo. Los estudios demostraron altas propiedades para prevenir males cardiovasculares, de ahí que están creando un ingrediente que les permita incorporarlo en alimentos procesados como galletas, harinas y fideos. “El residuo en harina para galletas funcionales, debería costar entre 10 y 15 veces más de lo que vale hoy”, afirma Ricardo Díaz, director del CEAP.
La U. Católica, en tanto, lidera junto a las universidades de Chile y Austral, entre otras, el proyecto Healthy Food Matrix Design. Con apoyo de Conicyt y recursos por $ 450 millones, buscan incorporar compuestos bioactivos de desechos agroindustriales como el aceite o el vino.“Los aceites esenciales se usan fuerte en perfumería. En alimentos, se aumenta su vida útil. Queremos desarrollar productos, tecnologías y procesos. Ya estamos en conversaciones iniciales con la industria”, dice Pedro Bouchon, líder del proyecto. El Centro de Investigación de Polímeros Avanzados (CIPA) y la U. de Concepción, con apoyo del FIA, crean envases biodegradables para el sector avícola a partir del almidón de la papa, gracias a sus propiedades antimicrobianas.
El 80% del rastrojo que surge de la extracción de trigo se quema y según el INIA, por una hectárea quemada se pierden $ 145 mil, sólo en nutrientes. Por ello, trabajan con productores para elaborar pellets para alimentación animal y sistemas de calefaccción.
La investigadora de la U. de Santiago, Laura Almendares, con apoyo del FIA, en tanto, creó arroz y harina a partir del desecho de este grano. Está en fase inicial de industrialización, pero proyecta un valor comercial hasta tres veces mayor al del residuo hoy. Las grandes empresas también se suman a la tendencia. Marcos Valdivia, jefe de Medio Ambiente de Capel, explica que al año compostan hasta 9.000 toneladas de orujo y escobajo del proceso de la uva, y que venden a externos. Hoy, estudian su poder antioxidante para incorporarlo como aditivo a una bebida.
Biorefinería: planta piloto
El desafío hoy es concientizar a la industria de su potencial para que inviertan, explica Francisco Rossier, gerente de Desarrollo de Negocios del centro de excelencia holandés en alimentos Wageningen UR Chile. Acota que Holanda puede servir de ejemplo, ya que ha transformado sus industrias, como la lechera, donde la venta de leche pasó casi a un segundo plano y han ampliado el portafolio de productos con la extracción de proteínas. “Hay que fomentar la asociatividad para lograrlo. Para eso, estamos elaborando un catastro del potencial de Chile, las tecnologías existentes y las inversiones que hay que hacer, para que las empresas puedan dar el siguiente paso”, dice. La meta sería llegar a instalar, en 2016, una plata procesadora que separe diversos compuestos de varios productos en un mismo lugar. Extraer de ahí, por ejemplo, gas, alcohol o hidrógeno, que es de alto valor.“Se requeriría armar un consorcio grande, ya que instalar una biorefinería así bordearía los US$ 6 millones”, explica.