Cuenta pública presidencial: pródiga en promesas, escasa en definiciones
- T+
- T-
En su segunda cuenta pública al país, luego de un año y tres meses de gobierno, el Presidente Gabriel Boric optó por pronunciar el discurso más largo desde el retorno de la democracia, dedicando más de tres horas y media a una alocución donde abordó una muy amplia gama de temáticas, salpicada de comentarios anecdóticos y referencias personales, lo que hizo difícil distinguir un eje rector en su mensaje. Con todo, el Presidente sabe que lo comunicacional es una de sus fortalezas, y el tono distendido que usó ayer, junto a reiterados llamados a la unidad y a los acuerdos entre todos los sectores -y al reconocimiento de algunos errores-, probablemente sume capital político ante la opinión pública, al menos en el corto plazo.
Pese a ello, quedó la impresión de un Mandatario que tiene ante sí un sinfín de asuntos que considera similarmente prioritarios y dignos de especial atención, lo que no ayuda a la claridad de acción. Eso y la larga duración de su discurso contribuyeron a poner de relieve que, efectivamente, son muchos y muy variados los desafíos que enfrenta el actual Ejecutivo, desde administrativos a políticos, y desde prácticos a conceptuales. Lejos de una sensación de manejo y control de una agenda compleja, más bien queda la de un Gobierno enfrentando muchos flancos con más voluntarismo y retórica que capacidad de conducción.
Se espera que un discurso anual esboce una hoja de ruta, aun tentativa, no un listado de promesas que pretende abarcar todos los problemas; también que comunique un sentido de prioridades diferenciadas. Ambos se echaron en falta ayer.
Un ejemplo de lo anterior fueron las 10 veces que aludió a la aprobación de una reforma tributaria como necesaria para cumplir compromisos o alcanzar objetivos en ámbitos muy disímiles. Por un lado, cabe destacar positivamente que hay en ello una apuesta expresa por la responsabilidad fiscal, esto es, el Presidente fue enfático en decir que sin los recursos obtenidos a través de una mayor recaudación fiscal, no podrá concretar mejoras como la sala cuna universal, el fin de la “deuda histórica” con los profesores, la eliminación del Crédito con el Aval del Estado (CAE) para estudiantes, o el Sistema Nacional de Cuidados.
Por otro lado, sin embargo, dio a entender que sin esos recursos fiscales adicionales también será más difícil avanzar en dimensiones que hoy la ciudadanía considera clave, como el combate a la delincuencia o la reactivación de la economía, justamente dos problemas que tocan directamente a la ciudadanía en su seguridad personal, laboral y económica. Una forma tácita de eludir responsabilidad de gestión.
La disposición a reconocer ciertos errores -como la actitud poco dialogante que marcó el proceso constitucional anterior- y a enmendarlos en el actual debate por una reforma a la Constitución, es bienvenida. También la disposición a redefinir prioridades (sin transar principios) en función de las necesidades del país -como el combate a la delincuencia-, y a abrirse a correcciones en algunas de las reformas que impulsa el Gobierno, como en impuestos y pensiones. Igualmente es valorable que el Presidente llame a concretar esos y otros cambios a través del diálogo y la negociación, no desde la ortodoxia ideológica o la superioridad moral, como plantearon algunas autoridades a inicios del período presidencial.
Con todo, la multiplicidad de temas que abordó y de compromisos que asumió en el discurso de ayer hablan de un Gobierno que aspira a tener respuestas para todo -y dejar contentos a todos-, aun a costa de ser poco explícito en los detalles, los mecanismos y las capacidades. El “qué” (en términos muy genéricos, como la necesidad de retomar el crecimiento y la urgencia de saldar pasivos sociales) por sobre el “cómo” (bajando esas aspiraciones a medidas y objetivos concretos).
Los límites de esa apuesta ya quedaron bastante en evidencia ayer al término de la alocución presidencial, no sólo en colectivos como los profesores -molestos con que no se haya anunciado una solución definitiva a la tan postergada deuda histórica-, por ejemplo, sino en los distintos gremios productivos y empresariales que echaron en falta medidas concretas para reactivar la inversión y el empleo, o para dar certezas a los actores económicos, según consignó este diario.
Es cierto que ningún discurso presidencial puede dejar satisfecho a todo el país, ni siquiera a la mayoría. Pero sí se puede esperar que esboce, por una parte, una hoja de ruta, aun tentativa, en lugar de un listado de promesas que pretende abarcar todos los problemas; por otra, que comunique un sentido de prioridades diferenciadas para enfrentar sus múltiples desafíos.
Ambos se echaron en falta ayer. Al Presidente y a su equipo les compete ahora demostrar que su noción de gobierno -y de la responsabilidad que implica con el país- va más allá del discurso.