Un rotundo voto de castigo
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Que los chilenos quieren dotar al país de una nueva Constitución es a estas alturas un dato de la causa. Pero también lo es el hecho de que muchos de ellos -más aun, una sólida mayoría, a la luz de los resultados de ayer- quedaron sumamente decepcionados con el trabajo que hizo la Convención Constitucional. Esa instancia, quizás inevitablemente debido al contexto en que fue elegida y a su composición, llevó a cabo su tarea en formas que virtualmente garantizaron un texto divisivo, inspirado por un ánimo refundacional en lugar de reformista.
Que además produjera una propuesta constitucional de una pobre calidad jurídica y en muchos sentidos inviable no era, en cambio, inevitable. Pero así fue, y por eso los votantes enfrentaron ayer la decisión de aprobar o rechazar un texto que trastocaba por completo el orden político, judicial, económico y territorial -con profundas consecuencias para el funcionamiento institucional y social del país-, sin ofrecer los mecanismos para financiar sus muchas medidas ni para resolver los numerosos y complejos problemas que ellas mismas creaban.
Los votantes enfrentaron ayer la decisión de aprobar o rechazar un texto que trastocaba por completo el orden político, judicial, económico y territorial del país; una propuesta constitucional de pobre calidad jurídica y en muchos sentidos inviable.
El temor de que un resultado estrecho mostrara a una sociedad dividida respecto del camino a seguir terminó siendo infundado. Chile ha rechazado decididamente la vía de refundación radical propuesta por la Convención; corresponde ahora al sistema político canalizar el anhelo de cambio a través de un proceso más constructivo que el descartado ayer.
De esta forma, el contundente triunfo del Rechazo ayer, por un margen significativamente más amplio que el que anticipaban las encuestas, no debe entenderse como una reticencia de los chilenos al cambio constitucional, sino como un rotundo voto de castigo a la propuesta de la Convención. A la vez, fue indudablemente una clara confirmación de que la ciudadanía, pese a tener demandas sociales que son legítimas e insatisfacciones que son entendibles, sigue confiando en que las instituciones del país -todas ellas perfectibles, por supuesto- pueden darles respuesta.
Sostener, como ya han hechos algunos actores, que el resultado del plebiscito de salida representa un retroceso para Chile, o que los electores votaron como lo hicieron movidos por la desinformación y el miedo, es no entender -y no respetar- la voluntad ciudadana expresada en una participación histórica, que fue en sí misma una señal de confianza en la democracia y sus mecanismos. Asimismo, lamentar que se haya decidido “mantener la Constitución de la dictadura” es persistir en caricaturas y prejuicios que en nada contribuyen a entender la realidad política de Chile ya bien entrado el siglo XXI. Lo cierto es que la opción Rechazo ganó ampliamente en todas las regiones del país, lo que ratificó el juicio negativo de los electores sobre la propuesta que se les pedía evaluar en las urnas.
Las elecciones chilenas son tradicionalmente ordenadas, eficientes y en paz. La de ayer no fue la excepción, y ese es un dato que todos los ciudadanos -más allá de sus preferencias ante el plebiscito- deben seguir considerando un activo país importante. Que los voceros de la opción derrotada reconocieran y validaran rápidamente el resultado es especialmente valorable, dado el clima electoral sumamente polarizado y a ratos agresivo de las semanas previas a la votación. Incluso, cabe agregar, con una criticable falta de prescindencia de parte del Gobierno que atrajo la fiscalización de Contraloría en un grado quizás sin precedente en otras elecciones.
El temor de que un resultado estrecho mostrara a una sociedad dividida respecto del camino a seguir terminó siendo infundado. El país ha rechazado decididamente la vía de refundación radical propuesta por la Convención; corresponde ahora al sistema político canalizar el anhelo de cambio a través de un proceso más constructivo que el descartado ayer. En días recientes, políticos y autoridades han dado señales de haberlo entendido así, llamando a emprender la siguiente etapa sobre la base de diálogos y consensos. Es de esperar que la reunión con los partidos que el Presidente de la República ha convocado para hoy sea el inicio de una dinámica menos polarizante y divisiva que la experimentada en el último año de debate constitucional.
En este sentido, si bien los partidarios del Rechazo tienen justificados motivos para sentirse validados por la considerable mayoría electoral obtenida el domingo, un ánimo celebratorio está fuera de lugar, pues lo que se plasmó en las urnas fue el fracaso del proceso de reforma a la Constitución iniciado con el plebiscito de entrada hace casi dos años. Los chilenos habían puesto grandes esperanzas en dicho proceso y estuvieron dispuestos a entregarle cuantiosos recursos para asegurar que fuera exitoso; el propósito era acordar una propuesta de Constitución en torno a la cual el país pudiera unirse para apoyarla, no para rechazarla. Que ahora sea preciso empezar de nuevo no podría festejarse.
Este nuevo comienzo debe ser con mejor pie, aprendiendo de los errores y trabajando en pro de una Constitución que efectivamente nos una. Nada nos impide lograrlo.