Editorial

Progreso

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Este lunes se conoció el nombre de los ganadores del Premio Nobel de Economía 2024, el que recayó en Simon Johnson, James A. Robinson y Daron Acemoglu, autores estos últimos del reconocido libro “¿Por qué fracasan los países?”, quienes, además, han visitado Chile en 2020 y el pasado septiembre, respectivamente. El galardón otorgado por la Real Academia Sueca de las Ciencias reconoció el aporte de los tres académicos en torno a demostrar la importancia de las instituciones sociales para la prosperidad de las naciones, según el comité del Nobel.

Los trabajos de los galardonados dan cuenta de que la calidad de éstas influye de manera directa en la estabilidad y el desarrollo de los países, siendo la participación económica y política de amplios sectores de la sociedad el elemento clave para el logro de tales objetivos. De esta forma, serían las instituciones inclusivas las que generan progreso. Y, en la misma línea, destacan que las sociedades más abiertas son capaces de fomentar de manera efectiva el crecimiento y la innovación, por cuanto son más proclives a apoyar la educación, la inversión privada y el avance tecnológico.

Toda señal que limite el emprendimiento y la inversión lleva un correlato de paternalismo que hace que la trampa de la pobreza se amplifique.

Según los académicos, el fracaso deriva de la falta de incentivos a la inversión en capital humano e infraestructura, así como de las bajas tasas en innovación y tecnología, elementos basales para el crecimiento económico. En suma, sostienen, cuando se limita la libertad y las posibilidades de las personas para “ser parte de su propio progreso”, se agudiza la trampa de la pobreza.

Chile, un país con enormes recursos naturales, un sistema político, económico y social estable, muestra preocupantes niveles de estancamiento que bien podrían atribuirse, al menos, a una de las razones que los nuevos Nobel de Economía aducen como piedras de tope para el desarrollo. Lo vemos a diario cuando persisten trabas a la formación bruta de capital fijo, a los grandes proyectos de inversión, cuando la calidad de la educación decae en medio de fórmulas de financiamiento que generan profundas dudas sobre su sostenibilidad económica, o cuando prácticamente todas las semanas se conocen casos de funcionarios de gobierno que frenan proyectos bajo consideraciones más ideológicas que técnicas.

Toda señal que limite la libertad de emprendimiento, la inversión, que retrase o trabe la puesta en marcha de industrias como la de hidrógeno verde, el litio o tierras raras, tiene en el fondo un correlato de paternalismo estatista que hace que la trampa de la pobreza se amplifique y se enquiste. Es necesaria una mirada más fresca, más moderna y conectada con el entendimiento profundo de los fenómenos económicos para salvar esa trampa. Esto es signo de países y liderazgos inclusivos, que empoderan a las personas para ser agentes de su progreso.

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