Editorial

Jornada de 40 horas (II): una discusión técnica

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a propuesta parlamentaria de rebajar de 45 a 40 horas semanales la jornada laboral —cuya idea de legislar ya aprobó la Comisión de Trabajo— ha generado un intenso debate. Para este diario, la iniciativa adopta una prioridad equivocada, pues los trabajadores verían mejor atendidas sus necesidades con una jornada más flexible —por ejemplo, como propone el proyecto enviado por el gobierno al Congreso— que con una más corta. Con todo, lo verdaderamente clave, en ésta como en otras discusiones en que se juegan cosas importantes para la calidad de vida de la gente como para la economía, es que primen los argumentos técnicos por sobre las consignas.

La advertencia es pertinente a la luz de debates recientes en que el foco se extravió debido a las simplificaciones, las caricaturas y los prismas ideologizados. Así ocurrió con el financiamiento de la educación superior (“No al lucro”), con los cambios al sistema de pensiones (“No + AFP”), y con la selección académica (“Seleccionar es discriminar”), entre otros.

Así, las críticas a la idea de rebajar la jornada laboral han sido bastante transversales en lo político y en su mayor parte centradas en un razonamiento técnico sobre sus posibles efectos. La defensa, en cambio, ha tendido a cuestionar la pretendida mezquindad de negarles un beneficio a los trabajadores, y ha presentado una lectura errada de la relación entre la menor jornada y alta productividad en los países desarrollados, donde se trabaja menos horas porque los trabajadores son más productivos, no al revés.

Las dinámicas de la disrupción tecnológica imponen al mundo laboral desafíos complejos que no enfrentaremos exitosamente con consignas voluntaristas, sino con reflexión seria, debate honesto y, por cierto, responsabilidad.

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